“Los oasis no duran para siempre, pero con un rato basta”, esta frase es la última de uno de los artículos de Leila Guerriero en el que hablaba de los momentos que hay en la vida de muchas personas dotadas de cierta magia y notable esplendor.
Se nos escapan muchos de ellos porque vamos por la vida demasiado despistados y no estamos al tanto de lo que debemos ser y dónde y cómo estar.
Y los hay, en la tuya y en las de los demás, por muchos desiertos que en cada cual se den . Es cuestión de estar ojo avizor, el oído afinado y atento y el alma en calma y en paz.
Si hablamos de desiertos los hay de todos los tamaños, y si de tropiezos, achaques, dolores y quebrantos, operaciones quirúrgicas..., pasados unos años, ¿quién no alardea de algunas como si fueran trofeos?
¿Tienes hijos, y salvo excepciones rarísimas, no te parece que son los mejores oasis que pueden darse en la vida de uno?
¿Tienes casa?, somos millones y millones los que la tenemos, y ello es uno de los regalos de la vida más impresionante, aunque haya sido a base de no poco sacrificio o simplemente fruto de la herencia de los padres. ¡Y qué oasis!
¿Sabes leer y escribir? ¿Te parece poco oasis descubrir otros mundos al alcance de la mano y otras gentes dignísimas de conocer por cómo son y lo conllevan y lanzarte tú mismo al ruedo?
Has conseguido que te guste la cocina, te recreas en ella creando nuevas recetas, platos diferentes, postres a pedir de boca y más cuando piensas en el disfrute que tendrá lugar cuando lleguen hambrientos los más tuyos.
No duran para siempre porque nada dura eternamente, pero con un rato basta, que decía la escritora argentina. Son esos momentos de gran satisfacción y de una felicidad que dura unos instantes, pero tan honda...
En medio del dolor se dan momentos de alivio y grandeza de ánimo y no son más que los pequeños-inmensos oasis en el desierto más árido de la vida. Y ya lo sabes, cuando amenace el huracán y la cosa se ponga chunga, nada como esperar que salte a la vista algún oasis que te devuelve la alegría y la esperanza de un mundo felizmente habitable.
Me sucedió hace unos días, estaba a punto de entrar en el Hospital Río Ortega para una visita y salía un grupo de cinco personas. Se puso delante de mí una mujer de entre ellas y me dijo varias veces: ¿No me conoces? Tuve que decir con pesar que no, pero ello no obstaba para darnos un beso de saludo por la sonrisa abierta de buenos amigos al preguntar. Hacía más de cincuenta años que no nos veíamos, ella una jovencita casi adolescente y yo un treintañero, su profesor, y al decir su nombre y una compañera de grupo decir el mío, de repente brotó el conocimiento y reconocimiento de aquella primera relación y la relación de amistad posterior de más de tres años en Fecebook, dos veces por semana en la que ella entra y comenta sin faltar a la cita y nos mandamos sendos besos y abrazos, creo que ello nos invitó a darnos de verdad, no ya virtuales, unos besos y abrazos afectuosos, cariñosos, muy entrañables y gustosos que repetimos al despedirnos Un verdadero oasis en la explanada desértica del Hospital, el último, por ahora, espléndido oasis en mi vida y que relato aquí a fin de que quede constancia.
En efecto, para los desiertos de la vida nada como encontrar algunos oasis y celebrarlo.
https://youtu.be/9CobHqKqg4Y?si=ad7y7JOznYwHeeXX Balada para un loco/ Sheila Blanco Piazzollax100 (A.Piazzolla y H. Ferrer). Como un formidable oasis...
1 comentario:
De acuerdo total, cómo me gusta lo que pones hoy. Cuando va pasando nuestra vida, más y más queremos a los demás. Te das cuenta que para muchos fuiste y eres una persona querida. Un abrazo profe.
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