Diario del atardecer – 2 de marzo de 2024
Huimos de la vejez, como de la peste, yo también hasta el día de hoy en el que cumplo 85, y ya no debo engañar a nadie, ni engañarme a mí mismo. ¿Para qué? No hay más remedio que aceptarlo y, si es posible, que lo es, abrazarla y hasta enamorarse de ella un pelín, al menos, porque además hay motivos para ello: Estoy bien, qué más quiero, todo funciona moderadamente bien y la cabeza, en algunas cosas, responde de maravilla. Nunca he escrito, una de mis grandes pasiones, con tanta facilidad como ahora, y tanto. Sigo aprendiendo, cada día, porque cada mañana y cada tarde sigo metiendo la pata, o teniendo despistes sin cuento y algunas lagunas imperdonables y creo que se puede mejorar, lo deseo y aspiro honrada y seriamente a ello.
Debo, debemos rescatar y hasta reivindicar la palabra viejo, ya lo he anticipado en otro artículo, con otras palabras, hace unos días, que subiré en breve y, aun con todas las connotaciones negativas que lleva encima, es una palabra que puede convivir y competir en buena lid con niño, joven, adulto, coliflor, codorniz, palmera, abril, amanecer y Madrigal de las Altas Torres.
Viejo, que no tiene por qué ser un trasto inútil, dependiente, incompetente, enfermo, aparcado y que estorba. Aún me queda mucho que dar y compartir, desear, amar y escribir un montón de páginas que me están esperando impacientes, por ejemplo.
Viejo, pero de buen ver, todo el mundo me lo dice, ya sé que con benevolencia y mucha generosidad, pero lo dicen, qué bien te veo, qué bien te conservas, no pasan años por ti, qué cabeza tan bien amueblada, y quien se atreve a llamarme maestro, dos viejas, y siempre nuevas, amigas, allá ellas, y me río, y yo les digo a ellos, y a ellas, sobre todo, que las veo más que bien.
Viejo, con ganas siempre de echar una cana al aire aunque sea en sueños y en mis fantasías recurrentes que me acompañan con fidelidad, tantas veces, a ninguna parte, pero que me quiten lo bailado y bien pensado, susurro.
Viejo, para seguir apurando los cientos de buenos instantes de hondura y de una gran libertad que, a buen seguro, me quedan: muchos libros, miles de músicas, algunas buenas películas, comidas sabrosas, nadie como un viejo marchoso las saborea mejor, actividades con peso y medida, mis Talleres de Escritura, mi Ventana Abierta y mi reciente “Rincón de Sentir” en la radio, encuentros placenteros que le dan al viejo que me acompaña ya, a todas partes, placidez, alegría y una pizca de buen humor, compromiso y una paz interior hermosa y entrañable.
Viejo, nada de viejo verde, o sí; nada de trasto inútil, ¿por qué?; nada de tener que ser un ser improductivo, porque ¿qué es lo productivo y de más valor?; nada de cascarrabias y que aburre hasta los muertos con historias mil veces repetidas, porque no lo he sido nunca, lo primero, y más que contar me gusta escuchar; nada de ser de otro siglo, ya que soy de este con el mismo derecho que el que acaba de nacer y hasta podemos ser, si se tercia, buenos colegas; y nada de no seguir jugando, digo con José Luis Sampedro que aún me quedan algunas cartas para continuar el juego de la vida, ¿juegas?
Viejo, porque como decía Maruja Torres: "Ser vieja no es un insulto, es un logro. Saber esto es un regalo de las diosas, porque cada día es nuevo, y cada día te pilla desprovista, con miedo”.
Viejo, y a mucha honra, lo que tú vas a ser en menos que canta un gallo, que la vida es demasiado breve, así que prepárate y aprende a llevarte bien con el viejo que ya eres o con el que vas a ser a la voz de ya. ¡Suerte!
Y en estas... estuve tentado en decir, “me llegó la tarde”, pero enseguida corregí para no andar con circunloquios, y mejor llamar a las cosas por su nombre, que es mucho más correcto: me llegó la vejez. Deseadme feliz viaje, como yo a vosotros. Gracias.
https://youtu.be/9vWMhQd-f2Q?si=TO5PL1sTqHxL-wiC Mudéjar - Begoña Olavide - La Rosa Enflorece
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