Encontré este papel en el suelo y, al ver la palabra perdón, me enganchó tanto que la curiosidad me hizo agacharme y leer el mensaje completo que nos va como anillo al dedo a quienes dejamos las cosas para mañana o para más tarde. Perdón no por lo dado y lo hecho a lo que estamos más acostumbrados, sino por ni lo dado ni lo hecho que puede no tener límites. Ay, los pecados de omisión que decía el catecismo, poniendo la fuerza del asunto en la omisión.
Perdón por no haberte abrazado, más fuerte, mucho más concentrado en la tarea, con un abrazo lento y prolongado que termina con final feliz, el beso imprescindible, también fuerte, lento y concentrado, porque quién sabe si no sería aquel, o este, el último.
Perdón, me acuso, desde siempre y mucho por no haber ido a ver a mis padres ancianos, muchísimas más veces, y haberles llevado siempre algún detalle para el cuerpo y una mayor compañía sin prisa, para el alma, para qué las prisas si estabas tocando el cielo cada vez que les veías o debías tocarlo y besos más frecuentes y sonoros como les gustaban a ellos.
Perdón por no haberle dedicado más tiempo a quien te buscaba, necesitaba que le escucharas, que le estuvieras viendo a él o a ella y solo a ellos y que les dedicaras más tiempo que el que te pedían con los ojos que no mirabas.
Perdón por no haber ido a aquella manifestación tan necesaria, tan cívica, porque hacía frío o llovía y te quedaste contemplando las musarañas desde tu sillón amodorrado.
Perdón por llegar siempre tarde a la cita, no me suele pasar porque casi siempre llego cinco minutos antes, y eso por elemental respeto y consideración a los otros. Esos minutos de espera son un poco de desespero vacío al que espera.
Y así sucesivamente porque hay trenes que pasan, a veces, una sola vez, y si no estás a la hora en punto y te subes a tiempo los pierdes para siempre y tu viaje a buena parte quedará en el mundo del limbo, inexistente y hueco, por añadidura.
Pensé que... volvería a verte, a poder hacerlo más tarde, a cumplir después lo prometido, si no hay más tarde que valga, ni después alguno, ni más posibilidades de verte. No juegues al profeta que no eres, ni tú ni nadie. Solo existe este momento, el próximo, ¿quién lo sabe? Y mañana puede que ni para ti ni para mí ocurra. Lo decía tu padre, no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy, y tenía más razón que un santo y que un sabio.
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