Paseaba Rafael Sánchez Ferlosio por el parque del Retiro de Madrid con su hija de tres años y oyeron, de pronto, las voces de un teatro de títeres. Se acercaron y la obra iba más o menos por la mitad. La niña nunca había visto un teatro de marionetas, pero, para enorme sorpresa del padre, ella entró rápidamente en la función, riéndose desde el principio, que dejó sorprendido al sublime escritor de que hubiera entrado tan de lleno en el espectáculo sin necesidad de conocer el argumento, el comienzo, el nudo y el desenlace y una serie de hechos enlazados que se sucedían en el tiempo. Y escribió esto: “Para ella no existía tal sucesión, cada instante era puro y pleno presente, sustentado en sí mismo, completamente dueño de su propio ahora, ajeno a cualquier antes y después, acabado y entero de por sí”.
Ella, como nadie, sabía disfrutar del aquí y del ahora, del instante que se eterniza cuando nosotros lo convertimos en eternidad, único, intransferible, ajeno a la mudanza del tiempo.
Y la niña, sin que nadie le enseñara, sabía entrar de lleno en la esencia de las cosas, ello sea reír, cantar, jugar, comer un helado, hablar con los juguetes, sea una muñeca o un camión.
Eso tiene el instante, que se nos va, ay, como el humo, una lástima, porque la vida está hecha y remendada con instantes, y si no estamos atentos se nos van sin enterarnos y valía la pena casi siempre de estar bien atentos y muy concentrados en la tarea. Eso tiene, que pasa veloz y lo hace una vez, como el tren imaginario que pasara solo una vez, porque el real repite los instantes años y años y lo puedes coger las veces que quieras, no los instantes.
Eso tiene el instante y ser en su misma esencia, y es ahí donde precisamente está su fulgor y su escape fugaz.
Nadie mejor que los niños nos dan la mejor lección. Para la hija de Sánchez Ferlosio cada instante era puro y pleno presente, sustentado en sí mismo, nada atrás, nada adelante, ni pasado, ni futuro, ya llegará el grito de mamá para decir que la cena está en la mesa y esa cena será otro precioso instante que no se puede perder por nada del mundo.
¿Aprenderemos un poco?
https://youtu.be/F5DkcARa808?si=RArsjSue9OGZt148 𝑩𝒆𝒆𝒕𝒉𝒐𝒗𝒆𝒏. 𝑺𝒐𝒏𝒂𝒕𝒂 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒑𝒊𝒂𝒏𝒐 𝒏.º 8 𝒆𝒏 𝑫𝒐 𝒎𝒆𝒏𝒐𝒓, 𝑶𝒑𝒖𝒔 13, "𝑷𝒂𝒕𝒉𝒆́𝒕𝒊𝒒𝒖𝒆" - 𝑰𝑰𝑰. 𝑹𝒐𝒏𝒅𝒐: 𝒂𝒍𝒍𝒆𝒈𝒓𝒐.
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