Diario del atardecer
Hablamos mucho, escribimos demasiado, se lanzan al mercado, libros, canciones, películas..., como si de churros se tratara, y no es eso. En las tertulias radiofónicas y televisivas, los que participan en ellas exponen, debaten, pontifican, se quitan la palabra, no les parece suficiente haber estado hablando largo y tendido sobre los 2432 temas posibles, en los que pareciera que son expertos, porque cuando alguien comienza a hablar, el que le sigue, como no le guste lo que dice, ya no le deja en paz y le fríe intercalando su verborrea hasta el infinito, cansando al que tenía la vez y amargarnos la existencia a los oyentes; por no hablar del Parlamento en donde las palabras y los discursos ¿los discursos? afloran como navajas afiladas de Albacete, menos llegar a pactos, acuerdos y dar respuesta a los problemas reales de la ciudadanía, que para eso les pagamos.
Hablando se entiende la gente, pues claro, pero cuando se siguen las mínimas normas del respeto, desde la humildad, el conocimiento y la elemental prudencia y educación. Con qué descaro y soberbia se dicen los unos a los otros y los otros a los unos: Vds., no nos dan lecciones, cuando de lecciones estamos necesitados todos sin excepción. Yo tengo mi lucecita, pero los demás tienen igualmente la suya y la que llevan algunos bien colocada es muy potente. Aceptar esas reglas del juego y de lo real es fundamental y de primerísimo orden.
Tom Morrison, la ilustre novelista norteamericana, Premio Nobel 1993, escribe una frase con mucha miga, que me llamó la atención y subrayé, al referirse al exceso de habladurías y la falta de silencio en la sociedad actual, al comienzo de una de sus novelas “Amor” y da en el clavo cuando dice: “Hoy la lengua se mueve por sí sola sin la ayuda de la mente”. Solo hay que estar atento a lo que se cuece en la calle y se habla entre amigos, en las tertulias en la radio y en la tele, en las canciones, libros y películas. Demadiado blablabla, harto movimiento de lengua que no pasa ni de lejos por la mente, si no, no saldría a la luz pública tanta mediocridad, tanta banalidad, tanto bodrio en forma de canción, película o libro, y no por tener 18 millones de seguidores es menos bodrio y menos la mediocridad que se nos quiere vender.
“A mi juicio, escribe Salvador Pániker en uno de sus Diarios en los que estoy metido estos días, la mayoría de los intelectuales no sabe dialogar. Y se comprende. Lo que un intelectual defiende al defender sus ideas es su propia identidad. Porque el vicio de los intelectuales consiste en identificarse con sus ideas. Y yo cavilo que hay que relativizar la propia identidad para ser mínimamente demócrata y estar en condiciones de dialogar”. Ahí está el quid de la cuestión, pero no solo algo propio de los intelectuales, sino del resto de los mortales, incluido el vecino del quinto, cuando nos creemos los reyes del mambo, en posesión de la verdad, el ego subido a la altura de las estrellas que se sale de la piel o desde un púlpito hecho de verdades absolutas y dogmas intocables sin mezcla de duda alguna, si bien es verdad que las tertulias de la calle, en los bares y en los restaurantes sueles ser de respeto y tolerancia para lección de muchos de alta cultura y confección.
¿Hablando se entiende la gente? Debería ser afirmativo, pero siempre que se tenga en cuenta lo anteriormente, mejor o peor expuesto.
https://youtu.be/Ig9qRAFgDLE Vidalita por Mayte Martin y Juan Ramón Caro. Es imposible cantar mejor o a mí me lo parece. Se cortan el aire y el aliento.
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