7 de febrero
Audrey Hepburn joven, piel de cristal y pura porcelana, a punto de descubrir el mundo con unos ojos, grandes, hermosos, penetrantes, nariz y labios de una perfección plena de armonía y un tupé que le da cierto aire de rebeldía juvenil.
El hombre que la mira -acaso yo- solo quisiera besarla en la frente, en cada uno de sus ojos, en la punta de lanza coqueta de la nariz, en esos labios nacidos para besar y ser besados y que esos besos fueran limpios y transparentes, solo insinuantes, leves como la brisa del amanecer en primavera.
Audrey Hepburn señora mayor, ya es otra cosa, sus ojos tan profundos se le han ido hacia dentro con los años y te taladran sin herirte, sin querer queriendo mucho, porque, unidos a su sonrisa impagable como espuma de mar, te llaman al corazón de la ternura o a la ternura del corazón.
El hombre que la mira -acaso yo- quisiera acercarse a ella con todos los respetos, y uno más, para pedirle un abrazo tierno y prolongado, y rogándole que le transmita esa bondad que le traspira de niña, joven, adulta y mayor a la vez, como muchas mujeres mayores saben hacerlo.
El paso por la vida de las dos, siendo una, resultó efímera como sombra que se fue, si bien siempre hay una sombra alargada un tanto eterna que se queda entre los vivos.
(Ha sido mi tarea en el Taller de Escritura Creativa, y debo decir con alegría que muchas alumnas y alumnos han superado al maestro, si es que yo soy maestro en algo)
10 de febrero
Me parece espléndido el final de “Los besos”, la última novela de Manuel Vilas: la decisión mutua, sin decirlo o solo intuirlo a dúo, de dejar la relación de alto voltaje, que duró poco más de cuatro meses, para conservarla en el mejor de los cofres de la memoria, lo que supone una sabia y original decisión, mantener por siempre lo que alcanzó: la cima más alta del amor y la pasión. “Sus labios son barcos que zarpan hacia mí y su boca, un palacio de madurez”. Y así todo. Aunque un tanto inverosímil, porque él tiene 58 años y ella 45 y no suelen estar los cuerpos y el alma para tanto desahogo pasional, pero bueno, ya se sabe que el papel lo soporta todo y la novela se lee con mucho agrado.
11 de febrero
Y ahora lo digo y me explico, quiero decir que aclaro el porqué del título: “Diario del atardecer”, que encaja y se enmarca en la serie de los Cuadernos que vengo escribiendo desde hace algo más de doce años. Son cuadernos, todos, “de andar por casa”, y uno lleva precisamente ese título, en zapatillas, sin más alarde que el de una casa cálida, sencilla y acogedora, y al atardecer de la vida, que es la estación-etapa que me está tocando vivir en estos momentos, larga-larga y que me está regalando los mejores e insospechados frutos de la vida, que llamo mía, porque tanto se ha pegado a mi piel y de forma tan generosa que me atrevo a decir que está siendo una de las mejores. Y en estas estoy, alargando mis discursos, mis cuadernos, feliz cuando comienzo uno más y me siento como un niño con zapatos nuevos y así hasta que los dedos, no muy ágiles, nunca lo fueron, noto que se sienten inspirados todavía y me susurran al oído: hay tela para rato, y yo voy y, cándido de mí, me lo creo y me pongo al tajo obediente, y tan contento. Pues eso, que larga vida a este atardecer, lo que no obsta para recrearse y disfrutar de lo que nos queda de las demás estaciones. Por eso y por todo: Viva la Vida, con todas sus estaciones y sus etapas de vida gozosamente disfrutadas.
https://youtu.be/1KFSfoBIgcg 2CELLOS - Moon River Melodía de Desayuno con diamantes - Audrey Hepburn
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