No sabía que los cisnes voznan, ni que las alondras trisan, y menos que los cuervos crascitan, o que los búhos chuchean, pero me sonaba un poco eso de que las cigüeñas crotoran, ni que los patos parpan, aunque sabía que hacen cuac, cuac, y se lo debo al escritor peruano, afincado en Sevilla, Fernando Iwasaki. Y le debo el invitarme a seguir por mi cuenta, que en eso consiste la lectura interactiva: los gallos cantan muy de mañana kikiriki, que me lleva siempre a aquellos versos fascinantes de Lorca, del romance de la pena negra: “Las piquetas de los gallos / cavan buscando la aurora”, que tan maravillosamente nos lo explicaba en clase de literatura el bueno y sabio cura José Luis Martín Descalzo, que ya cité en algún otro momento, pero uno vuelve y vuelve a los mejores sitios de su pasado, o que las gallinas cloquean, los burros rebuznan, eso sí que no me gustaría por nada del mundo por cómo detesto el rebuzno de algunos humanos, los caballos relinchan, qué bien lo hacía el caballo de mi infancia cuando salía a beber al corral, que los perros ladran, los gatos maúllan y mayan, las ranas croan, los corderos balan, los delfines silban, los grajos y las urracas graznan, las cigarras cantan, estridulan más bien, ahí es nada..., y así hasta el infinito de los seres infinitos que, sin hablar, dicen tanto y tan bien hablado en sus límites tan estrictos. Lo que me lleva a preguntarme: Y nosotros, los humanos, ¿estamos a la altura cuando nuestros lenguajes, muchas veces, muchas, no van más allá de un feroz ladrido, de un tonto relinchar, de un rebuzno que aturde, de un insípido croar y en lugar de crotorar, tan bella palabra, croamos como ranas cotorras cansinas, sin fuste ni muste, solo añadiendo al coloquio naderías y simplezas de tres al cuarto?
No hay comentarios:
Publicar un comentario