domingo, 18 de abril de 2021

LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE JUAN

 Y quien dice Juan, dice Ernesto, Ana, Lorenzo o Luis Ángel, incluyendo tu nombre y el mío, lógicamente. Siempre lo he creído así y nada más hermoso, respetuoso y cálido como en lugar de decir: oye tío, oye tú, me lo dijo esta, llama a ese..., llamar y designar a cada cual con su nombre propio, su nombre de pila.

En el profundo y magnífico libro: Humano, más humano, que ya terminé de leer, el autor, Josep María Esquirol, le dedica un capítulo a este tema, que termina con estos versos de Pere Casaldáliga:
Al final del camino me dirán: / “¿Has vivido? ¿Has amado?” / Y yo, sin decir nada, / abriré el corazón lleno de nombres.
Uffff, qué maravilla en profundidad y alta potencia poética en unos pocos versos. Todos los nombres viviendo por el poder de la memoria, unidos, trenzados, formando piña y cuanto de bueno y grande significaron en nuestras biografías, débiles, frágiles, heridas.
A lo largo del capítulo el profesor de filosofía nos irá dando las claves del sentido del nombre propio y su importancia, la de llamarse Luis, Marta, José Manuel, el tuyo o el mío, ya digo.
Porque: “No hay humanidad que camina. No hay un pensamiento que piensa. No hay un amor que ama. No hay una lengua que habla. Están Ana y Juan, que caminan, que aman y que piensan y que hablan”. Lo que de una y de otra forma hemos dicho mil veces: ojo a las palabras y los conceptos abstractos y grandilocuentes, y estar dispuesto a morir por la patria, amar a todo el mundo y no ser capaz de echarle una mano al que tienes al lado cuando te necesita o estar dispuesto a aniquilarlo porque es de otra ideología diferente a la tuya. O dices que amas a Dios, a la Virgen y a los Santos y desprecias a tu vecino de enfrente. Eso es un sindiós, amigo mío.
Porque el nombre propio “es solo la pista que apunta hacia lo que verdaderamente importa: la profundidad de lo humano”. Alguien que te mira detenidamente, con una mirada cálida, que te toca, que te abraza, que te respeta, el nombre a secas, puro y limpio, sin adornos, ni repleto de cachivaches, medallas y títulos, desde la humildad del ser frágil que somos todos. El famosísimo poema de Pedro Salinas, Para vivir no quiero, contiene estos excelsos e impagables versos:
Quítate ya los trajes, / las señas, los retratos; / yo no te quiero así, / disfrazada de otra, / hija siempre de algo. / Te quiero pura, libre, / irreductible: tú.
Claro que si el poeta y profesor hubiera leído al filósofo, aunque debía de querer ocultar el nombre de la amante, se hubiera atrevido a nombrarla, porque su nombre lo tenía en la punta de la lengua y del corazón y es más importante y seductor que el tú.
Y volviendo al capítulo de Humano, más humano, podemos leer: “Quien viene a la vida, viene por primera vez. No hay culpas ni pecados que se arrastren... Llamas a Ana, y todos los determinismos se van al traste”. Siempre han estado muy cercanas la filosofía y la poesía y tantas veces lo hemos pasado por alto, cuando se dan la mano y se apoyan la una sobre la otra, en los grandes textos, naturalmente.
La importancia del nombre lo aleja del anonimato, la indiferencia, el atropello de negarlo, aniquilarlo y sustituirlo por un número como en los campos de exterminio. Por eso y las razones anteriores debemos mimar y estar orgullosos de nuestros nombres, ahora y para siempre, lo que más nos identifica, lo que más nos constituye y define, “lo que apunta a la profundidad de lo humano”.
https://youtu.be/tESfRSfZ8s8 Luis Pastor - Alzo Una Rosa de José Saramago. Alzo una rosa..., algo así como alzar nuestros nombres.

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