... De la paz del viejo mirando a su perra en mi última entrada a la sabiduría de los viejos maestros. Porque...
“Nadie se hace grande sin aprender de los viejos maestros”, así sintetiza Elvira Lindo el libro “Mirador de Velintonia”, y de paso, nos regala un retrato entrañable del escritor Fernando Delgado, su autor, quien en su día fuera su jefe cuando hacía de Manolito Gafotas, y nos deja estos versos del escritor canario: “Solo la memoria, pertinaz,/ es capaz de inventarnos un eterno ladrido/ para distraer la soledad en que nos deja/ la vida que allí había y que ahora nos falta”. El título del artículo es “El gran Fernando”, grande él, grande ella.
Esta entradilla me vale para hablar de los viejos maestros, siguiendo la estela del farero del Mirador de Velintonia, que no era otro que el gran poeta Vicente Aleixandre, maestro y amigo de unos y de otros, que concitó en torno a su casa a toda una pléyade de grandes poetas: Miguel Hernández, Bousoño, Colinas, Claudio Rodríguez, Francisco Brines...y escritores del exilio de la talla de Francisco Ayala, Max Aub, Rosa Chacel... Mi primer cuaderno, de la serie “Cuadernos del otoño” quiso pasar revista a mis grandes maestros, aunque de ningún modo yo pretendiera hacerme grande a su lado, sino simplemente estar bien a su sombra y bajo su potente luz, deseando y esperando aprender de todos ellos.
El primero fue mi primer maestro, don Julián, sabio maestro de muchas generaciones, que enseñaba, aunque, a veces se le subía el mal genio por las paredes y la vara de mimbre hacía estragos en nuestras tiernas nalgas; después vinieron años largos como una Cuaresma sin pan, solo doce eternos años de Seminario y sacristía en donde a modo de oasis apareció un cura joven que le ponía una pasión extraordinaria a las clases de literatura y las sesiones de cine-fórum y se convirtió en uno de los mejores profesores que he tenido en mi vida, José Luis Martín Descalzo, poeta y novelista; después vendrían los que uno en plena libertad iba escogiendo: escritores, novelistas, poetas, psicólogos, filósofos, ensayistas en general, no doy nombres porque la lista sería muy larga. En el cuaderno al que he aludido anteriormente paso revista a unos setenta autores, para mí, espléndidos maestros, algunos de los cuales, geniales en su materia, que me han transmitido tanto, y su sombra, a mí que lo que más me gusta del sol es la sombra, me ha ocasionado los mejores momentos, los más sabrosos y los más luminosos.
Terminaré con una cita del libro de Fernando Delgado: “Fue (Vicente Aleixandre) para muchos de nosotros una referencia literaria de muy merecida admiración. Pero además de su talento y su creatividad, que tanto hemos reconocido, poseía un don para entrar en el alma de los demás verdaderamente extraordinario. Y también para unirnos. Fue un creador formidable, pero además un hombre con una conciencia cívica y una responsabilidad moral extraordinarias. Tampoco le faltaba humor para contarnos sus experiencias vitales ni capacidad para memorizar el relato de su vida y la de los demás a unos o a otros y administrar bien lo que contaba”.
Está claro: todos adquirimos nuestra estatura gracias a los grandes maestros que hemos tenido la suerte de tener. Yo he pretendido siempre estar a su sombra y además de sombra he recibido su inmensa luz que es la que realmente ha alargado mi sombra y mi luz. Gracias, grandísimos y queridísimos maestros, muchas gracias.
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