jueves, 9 de febrero de 2023

MI CAASAAAAAAA...

 


Me pasa, les pasa, creo, a los demás, que andan más o menos en años como yo, y que pensamos que como en casa en ninguna parte, y por eso mismo nos resistimos a ir a residencias geriátricas, un mal menor, lo sé, pero mal, y nos cuesta salir, cada vez más, con el paso del tiempo airado con nosotros que se va estrechando de forma impúdica.
Comer, porque se ha hecho el estómago a tus comidas y sobre todos las que te hace con mimo tu santa, mi santa, o yo mismo, que he ido aprendiendo en los últimos tiempos y disfruto haciendo y después compartiendo. Algunas de ellas incomparablemente mejor que las mejores.
Dormir en tu cama que no deja de ser nunca uno de los más grandes placeres, nada que ver con la del hotel de infinitas estrellas. O la breve siesta en el tresillo acunado por el sonsonete de la tele.
Ver la tele en casa, aunque eso sí, nada como ver una buena película en la pantalla de los cines. A cada cual lo suyo, un respeto.
Volver a casa. Vas contento a los encuentro de siempre y no digamos a aquel otro tan esperado hacía tiempo con los amigos o amigas que más quieres. Y aun así, pasando un tiempo de charla, cuando esta desfallece, no hay pasión que aguante muchas horas y suspiras con tu sillón acomodado y hecho a tu cuerpo, con tu libro o el ordenador que te está esperando con el escrito a medias para darle su final feliz o infeliz si lo requiere el asunto. De vuelta a lo más tuyo te encuentras con la casa encendida y cálida, espacio incomparable, hecha a la medida de lo simple, lo humano y lo profundo, pisando en suelo firme, lugar sagrado, por ello me viene el pensamiento ahora de que los posibles delitos, deslices, horrores... son infinitamente más graves que en tierra ajena. La casa, sí, tierra sagrada.
No salir de casa, para qué y con motivo de tan poco peso si estás a gusto, inmensamente feliz, oyendo los silencios de la tarde tan sonoros y elocuentes, la música, más que callada, mil veces escuchada y oída como si fuera nuevamente nueva y el libro amado siempre a la mejor de las esperas o escribiendo tus ocurrencias, que cuando estás metido en pleno parto no hay casi momento más feliz que pueda comparársele.
Mi caasaaaaaa, como ET, como mi hija pequeña, que ya no es tanto, que antes no paraba en casa más de lo imprescindible y ahora le gusta como al que más y disfruta sin necesidad de tener que salir y ver la manera de entrar, porque toda ella se ha pegado a tu piel, cada rincón es tu rincón y todas las cosas hablan de ti y de los más tuyos. Y hasta sientes un agudo dolor cuando piensas que ellas se quedarán ahí más solas que la una sin ti, y con poco sentido, cuando tú no estés ya. Me contó un día un anciano de una Residencia que todos los días se paseaba con la mirada y sus recuerdos por las casas en donde había vivido, sobre todo la última, y se pasaba horas y horas perdidas-reencontradas consigo mismo, y por eso cada día soportaba menos la Residencia tan limpia, tan sola y con tanta gente, tan desierto todo, a veces, desolado y frío. Ay, qué tendrán... la casa, mi casa, la tuya, la nuestra...
https://youtu.be/0bec-8vaKvA Camille Thomas–Donizetti: L'elisir d'amore: Una furtiva lagrima. Cualquiera de las dos es sublime, y mejor aún las dos.
https://youtu.be/_JpXlliAn2I Schubert Ständchen : Camille Thomas and Beatrice Berrut. Y con estas músicas dan menos ganas de salir.

2 comentarios:

jubilación viene de júbilo dijo...

¡Holaaaa! Confieso que siempre que me asomo me pregunto: ¿Seguirá escribiendo Ángel? Estoy en mi casa, mi casa Encendida. Me alegra que estés en la tuya. Copio una poesía de Jose Antonio Muñoz Rojas que me cautiva toda pero sobre todo el final y tu entrada de hoy me la ha recordado. ¡Gracias! Cuídate.

José Antonio Muñoz Rojas

Y esta casa tan bella

¡Y esta casa tan bella!
Cuando vengo de lejos
a caballo, entre olivos,
me parece a lo lejos
un barco en estas mares
de olivos, empujado
por olas de olivares,
llevando aquello que
más amo. Al fondo,
¿sierras?, ¿nubes? ¿Qué pueblos
por las sierras, prendidos
al filo de las lomas?

Cortijos y olivares
y olivares y más olivares.
Ahora, por febrero,
se pone tierno el campo.
Da miedo de rozarlo.

Yo voy con el caballo
perdido. Y me parece
que están viendo este campo,
por mis ojos, los ojos
que hoy duermen. Me parece
que están viendo este campo,
por mis ojos, los ojos
aún no abiertos. Está
el campo como el ojo
de un niño reflejando
tanta belleza sin
saberlo. Temblamos
no se rompa el espejo,
inmenso temblador
del campo por febrero.

Siempre me asomo al viso
desde donde columbro
la campiña a lo lejos.

Olivares y olivos
y cortijos de nombres
que han estado de siempre
sonando en mis oídos.

-La Deleitosa, El Duende
La dura tierra arada,
la dulce tierra uncida
al hombre, haciendo yunta
por siempre.
Luego,
vengo despacio. Dejo
las riendas sueltas. Siempre
está la casa hermosa,
bogadora entre olivos,
y dentro de la casa,
los que amo.
Si llego,
se me cuelgan lo mismo
que un collar de dulzura
que pesa alegremente.

ÁNGEL DE CASTRO GUTIÉRREZ dijo...


Aquí sigo, y con más ganas que nunca, gracias por seguir ahí y, a veces, aquí.
Muchas gracias por el poema de Muñoz Rojas. No lo conocía, me ha gustado mucho.
Te adjunto este brevísimo poema de Jorge Guillén, que me encanta, y va con mi artículo, que si no lo he incorporado es porque ya lo había citado hace tiempo. Un abrazo

El mejor cuento de la tradición
de Jorge Guillén

Ya la señora estaba agonizando.
Su confesor la ayuda a bien morir, debe de estar muy tranquila,
Nuestro Señor con los brazos abiertos
la acogerá en su gloria.
¿Temores? No hay motivos.
Por fin,
dijo la vocecita moribunda.
Sí, sí, pero como en casa... en ninguna parte.
¡En casa! En este planeta