jueves, 2 de diciembre de 2021

HASTA QUE NO CAMBIE LA INDUMENTARIA NADA CAMBIARÁ

 



Hasta que no cambie la indumentaria de muchos cuerpos de la sociedad nada cambiará. Me refiero a la que tú y yo estamos pensando en estos momentos, alentados por las imágenes.
Porque ¿cómo se puede estar al lado de los ciudadanos de a pie con esos ropajes de los cardenales, incluido el Papa, atiborrados de mantas, refajos, albas, casullas, mitras, cruces, anillos y pectorales? Con lo fácil que sería sentirse ciudadano corriente y normal como lo fue su jefe supremo, Jesús de Nazaret?
¿Y cómo se puede hacer justicia desde el sentido común, el ajustarse a las leyes, caiga quien caiga, e igual para todos, sin pertenecer a una casta y a grupos políticos a los que se les debe el ascenso a los grandes y mejores puestos sin esconder el alma y los sentidos en esos ridículos ropajes y más ridículos aún esos collares de chatarra alcanforada? Decía el grande y sabio escritor, Rafael Sánchez Ferlosio, que “mientras no cambien los dioses nada habrá cambiado”, yo no llego a tanto, aunque pienso igual, y me quedo más abajo, en el mundo de lo concreto, los trapos y oropeles, el oro basura, la parafernalia hueca y lironda, los collares de los premios de los suyos y toda la chatarra que los convierte en seres de otro planeta, cuando de lo que se trata es de hacer justicia aquí y ahora, de forma independiente y libre, justa y lo más ajustada posible a la ley, hecha para los hombres y mujeres, no lejos del sentido común. Y ya para colmo de los colmos hay quien opta porque ellos se elijan a sí mismos, con lo que se cierra el círculo infernal de ellos y solo ellos se lo vendimian y se lo comen. ¡Bravo! Y el pueblo soberano, representado en el Congreso, al verlas venir. No sería bueno ignorar lo que decía el magistrado inglés, Lord Wolf: “Independencia judicial no es aislamiento judicial”, ni endogamia. Pues eso.
En efecto, el hábito hace al monje, los convierte, sin quererlo, o queriéndolo, vete a saber, en casta, en seres de otro planeta, lejos de lo que piensa, siente y padece la gente normal y corriente, que pasea en bici, se toma un café en el bar de la esquina y oye el murmullo de los vecinos, de lo que les cuesta llegar a fin de mes, de lo que piensan de la gente engolada, torpe y sublime y lejana a ellos, de la noche que les han dado los niños con fiebre, de la vida en general y sus afanes.
A los médicos, aunque no tanto, les sucede lo mismo o algo similar, la bata blanca impone, y se creen dioses de altos cielos y mares tropicales y más si no te miran, porque están a lo suyo y a la pantalla del ordenador, y no te tocan, ni te preguntan cómo te va, cómo llevas la vida, qué otros dolores tienes además de los dichos y en qué lugar, y sonríes con temor, te desesperas por dentro por tan poca empatía y no mucha profesionalidad, hay honrosas excepciones que confirman la regla, por aquello de no generalizar que está feo, y no es correcto ni justo.
Y lo más grave que tanto se ha arraigado en su piel y en nuestras visiones que a ellos, y hasta a nosotros, nos parece que todo ello es inamovible e impensable verlos en vaqueros y en mangas de camisa cuando arrecian los calores. Sentencio: hasta que no cambie la indumentaria de muchos cuerpos de la sociedad nada cambiará, o no del todo. Dime cómo vistes y te diré quién eres.
https://youtu.be/n-ykqFce8Ds Carnaval de Venecia - N.Paganini

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