viernes, 25 de diciembre de 2020

UN CUENTO DE NAVIDAD que no es un cuento

Del bosque de palabras sobre la Navidad, y apoyado en el recuerdo y en la actualidad, extraigo algunas de los primeros aires que me llegan (AIRES, y palabras, DE NAVIDAD), como si de un cuento se tratara, pero que no es un cuento: musgo, villancicos, sopa de almendra, lumbre grande, los zapatos en la ventana, botella de coñac y dando un salto: luces, lotería, cestas gigantes, comidas, cenas y botellones, tradiciones y religiosidad en crisis.

El musgo fue mi primera aportación, por mandato del cura del pueblo, para el montaje del Belén, y descubrí a un cura mayor hacerse niño entre nosotros que no pasábamos de los 12 años.
Los villancicos, los que cantaba el coro de chicas en la iglesia, y en primera fila una de mis hermanas, que lucía una voz de mucho relieve. Desde hace dos años aquella voz se perdió para siempre entre los pliegues del Alzheimer, que como un Tsunami se lleva la vida y los sentidos por delante.
Hasta aquí me llega, después de muchos años, que me parecen siglos, la sopa de almendracon el olor y el sabor de la leche, la canela y las almendras machacadas, el dulce y postre austero en tiempos de escasez y sequía en los campos, pero que se agradece muy mucho en estos tiempos de abundancia, como postre delicioso que es.
Lumbre grande y hermosa en Nochebuena, en la cocina-comedor, porque al decir de mi madre, que había aprendido de mi abuela y su madre, había que calentar los pañales al niño Jesús que iba a nacer.
La noche de Reyes era costumbre obligada poner los zapatos, bien limpios, porque pasaban los Magos de Oriente y nos dejaban los regalos: juguetes, una caja de pinturas “Alpino” y una mandarina.
Botella de coñac. Pasaban a media noche cantando el aguinaldo los mozos del lugar. Me despertaron porque estaban cantando al lado de la ventana del dormitorio que daba a la calle. Me levanté y les di lo primero que se me ocurrió, el coñac, hacía frío fuerte de helada y lo agradecieron. Los cinco años siguientes que estuve en aquel pueblo, ya lo sabía, con más ímpetu arreciaban los villancicos y había que levantarse para ir por la botella de coñac y lo seguían agradeciendo. Me pareció una feliz idea y estaba contento de ello.
Hoy destacan, por encima de todo, un mes antes, las luces, muchas luces, abigarradas luces, infinitas luces en algunas grandes ciudades del planeta, y pareciera que este año de pandemia hemos tirado la casa y las ciudades por la ventana rivalizando a ver quién pone más bombillas imitando catedrales. ¡Qué cosas, por no decir cuánto disparate y derroche que tapona los valores tan diferentes del establo de Belén que iluminó el mundo en otro sentido!
La lotería se lleva la palma de los grandes y frustrados deseos porque la mayoría de las veces no toca. Pero el dios del dinero arrastra y, por si acaso, hay que jugar.
Cestas gigantes, tiramos la casa por la ventana y siempre me he preguntado: ¿Qué tendrá que ver este consumismo exacerbado con el nacimiento de un niño Dios en un pesebre y que predicaría el amor, la paz, la buena voluntad, el perdón, la compasión...
La tradición y la religiosidad, me pega, ha quedado sepultada ante tanta luz hortera y ante los excesos de comidas y cenas pantagruélicas más los botellones al uso, sin importar el derroche en un mundo en el que gran parte pasa hambre y muere de ella.
Feliz Navidad, menos mal que, tanto antes como hoy, el deseo de lo mejor se concentra en ese gran deseo que usamos unos y otros prescindiendo de las diferencias, desavenencias y extravíos y nos iguala en anhelos de felicidad, paz y hermandad. Que es lo que os deseo a tod@s: FELIZ NAVIDAD Y BUEN AÑO NUEVO SIN PANDEMIA.
 
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