Siempre hemos creído que la mirada era lo más expresivo del rostro, y con razón, pero solo ha bastado una mascarilla, un pequeño trapo, no más, para que esa expresividad se haya apagado y convertido en algo gris y un tanto insulso. ¿Qué ha podido pasar? ¿No será que necesitamos el conjunto, la totalidad, la barbilla, la boca, sobre todo, toda la piel, todo el rostro? ¿O pudiera suceder que andamos desorientados, sonámbulos y perdidos por el bosque? Y, como de todo, casi de todo, es posible extraer grandes lecciones, podemos aprovechar el momento para potenciar la mirada que, con el tiempo, se nos ha ido por las nubes sin mirar de cerca a quien tenemos a lado: su color, su calor, su intensidad, la rabia profunda, la petición de auxilio, su soledad y profunda tristeza hasta la total desesperanza, la alegría desbordante o el inminente llanto que se corta de forma abrupta por la vergüenza, nadie sabe por qué razón y dejar de ser fantasmas sin rumbo. Potenciar y defender la fuerza de la mirada y adentrarse en ese bosque de vivencias y sentimientos sería la primera tarea a desarrollar en tiempo de pandemia y mascarillas.
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