lunes, 9 de noviembre de 2020

LA FUERZA DE LA MIRADA

 




Siempre hemos creído que la mirada era lo más expresivo del rostro, y con razón, pero solo ha bastado una mascarilla, un pequeño trapo, no más, para que esa expresividad se haya apagado y convertido en algo gris y un tanto insulso. ¿Qué ha podido pasar? ¿No será que necesitamos el conjunto, la totalidad, la barbilla, la boca, sobre todo, toda la piel, todo el rostro? ¿O pudiera suceder que andamos desorientados, sonámbulos y perdidos por el bosque? Y, como de todo, casi de todo, es posible extraer grandes lecciones, podemos aprovechar el momento para potenciar la mirada que, con el tiempo, se nos ha ido por las nubes sin mirar de cerca a quien tenemos a lado: su color, su calor, su intensidad, la rabia profunda, la petición de auxilio, su soledad y profunda tristeza hasta la total desesperanza, la alegría desbordante o el inminente llanto que se corta de forma abrupta por la vergüenza, nadie sabe por qué razón y dejar de ser fantasmas sin rumbo. Potenciar y defender la fuerza de la mirada y adentrarse en ese bosque de vivencias y sentimientos sería la primera tarea a desarrollar en tiempo de pandemia y mascarillas.

Aprovechar la lejanía que da la mascarilla para redoblar la proximidad y centrar la mirada en los ojos para detectar qué te dicen, de qué forma se expresan, qué intuyes que hay detrás de esos grandes ventanales que dan a su vida, a la vez que te esfuerzas en trasmitir tus sentimientos, facilitar el coloquio pausado, el debate sereno, el deseo de crear armonía en el territorio que habitas invitando ser el amable anfitrión que el otro espera, debería ser el juego feliz y mágico de muchos encuentros. Con lo que este desierto sin apenas vida, este túnel donde habitan los más oscuros y repugnantes monstruos que nacen a nuestro mismo lado, ocupando todo el paisaje, se convertiría en amable jardín de delicias y zona relajada de humanismo a secas.
No es una tarea baladí en estos tiempos en los que la pandemia va para largo. Alumnos dóciles, pero resistentes al desaliento, saldríamos con matrícula de honor, que nos la daríamos a nosotros mismos, tras los avances en un terreno nada fácil y poco visitado.
¿Quién no ha experimentado una simple mirada en los padres, en los maestros, en los amigos de verdad? Una simple mirada y era todo un mundo de aceptación, alabanza o recriminación.
¿Quién no ha vivido algunos de los momentos más románticos en un cruce de miradas en los prolegómenos de una relación amorosa?
¿Quién no ha vibrado de emoción ante unos ojos tristes, doloridos, desarmados, en los límites de la tristeza más desesperada?
No somos una tabla rasa ni nacemos con la mente en blanco. En todos nosotros existe un abanico de posibilidades riquísimo a punto de abrirse si nos ponemos con el mayor de los corajes a ello. Pero hay que ponerse. De entrada voy a ponerme en ese trance y dejar de andarme por las ramas teóricas de los buenos deseos y marcar tareas a los demás. Y me examinaré antes de que termine un semestre. Lo prometo.
¡Mirando de cerca las miradas de las imágenes que he incluido dicen tanto! Cielo despejado, una, noche tenebrosa, otra, y la tercera: Asombro. Pues eso, que hay que mirar de cerca, detenidamente, y dejar de ser fantasmas lejanos.
Posdata: Viva la democracia. Hay menos peligro para la humanidad. Hoy se respira mucho mejor.
https://youtu.be/YrLk4vdY28Q Leonard Cohen – Hallelujah. Una canción obligada para estos días. ¡De la que nos hemos librado!

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