“El silencio le deja a cada uno llegar a ser quien es.
El silencio es la elegancia absoluta”. Basilio Sánchez
He encontrado estos dos versos al azar y me he puesto a divagar a mi aire. Este ha sido el resultado: Así como la palabra, muchas veces, y más cuando sale de la boca descompuesta, nos saca de nuestras casillas, o cuando en lugar de explicar, apaciguar, ayudar a razonar, nos exalta, nos pone en exceso vehementes, fuera de sí, perdidos entre la niebla de la sinrazón, la ofuscación o la toxicidad de nuestros exabruptos, etc. etc…, el silencio nos calma, nos ayuda a interiorizar el pensamiento más leve o el más trascendental. Y así, como hay palabras claras, clarividentes, discursos bien construidos, apaciguadores, hay silencios de una elegancia absoluta a través de los cuales podemos escuchar la más dulce melodía o cuando nos obliga a brindar conjuntamente con el respeto que nos debemos por encima de debates airados, opiniones variopintas, discusiones que se salen de madre y terminan siendo tóxicas hasta la náusea.
“El silencio, como sostiene la escritora Joana Bonet, nunca está vacío. No es cáscara sino pulpa. En él anida la calma y la paz”. Y en este mundo nuestro vocinglero, lleno de furia y ruido, de imágenes en exceso y discursos de una monotonía apabullante, ejemplo bien patente es el de los medios de comunicación que cuando cogen un tema, hasta que no se queda en los huesos no nos dejan en paz, y así hasta que encuentran otro con el que dar la paliza para dejarnos, una vez más, exhaustos, molidos y cansados hasta el hartazgo más insoportable. Por eso me apunto con gran facilidad a ese silencio, nunca vacío, lleno de contenido, siempre que no me quede en Babia, que por cierto, es una comarca preciosa, sino en el de la concentración más honda para poder asimilar lo que se puede asimilar y pensar hacia dentro desde la calma y la paz fundamentos de una vida más rica, más calmada, respetuosa y tolerante.
En este mundo de conocimientos ilimitados se agradece cada vez más el silencio dando la palabra a tiempo al que realmente sabe del tema, porque se lo ha trabajado, porque se ha preparado en lo suyo y porque no todo el mundo puede hablar de todo sin decir simplezas a gran escala y desfachatez sin límites. Bendito silencio como obsequio al que sabe, que es el que tiene voz con todo derecho, la palabra exacta y autoridad para decirla.
Un silencio para observar con meticulosidad e interés y guardar como perlas preciosas lo que son perlas y no bisutería de mercadillo.
Un silencio para entrar en uno mismo y extraer del hondón más personal lo elaborado con minuciosidad y exquisito empeño y poder mostrarlo con humildad.
Un silencio para adentrarse en el misterio de todos los seres, incluidos los humanos, y aprender de su profundo silencio sonoro, dejando el ruido, la bronca y la descalificación en el baúl de las diez mil llaves. Y no olvides que somos lenguaje, naturalmente, pero también silencio, más elocuente, a veces, que el mismo lenguaje.
... ¿Y no adviertes que cuando callas les das la oportunidad a los otros de decir su nombre y todo lo que sigue? “Aprender a escuchar el silencio”, canta Rozalén en su última canción. Y Kierkegaard, el gran filósofo danés, dejó dicho: “Construir el silencio es la cura de la enfermedad moderna”. ¡Qué bien les vendrían a las paredes del Senado y de Congreso un poco de silencio ante tanto ruido y tanta furia en las palabras y que algunas columnas periodísticas furibundas enmudecieran!
Nota no tan al margen: No hablamos aquí de otros silencios, negros y tóxicos, el silencio de los corderos, el de todas las dictaduras que en el mundo ha habido, el silencio en algunas casas en donde ha imperado el patriarcado más odioso, el silencio obligado ante las homilías del nacional catolicismo, el silencio ante los reinos de la sumisión, el silencio de los cementerios de los años 50 muy bien descrito en la última novela de Almudena Grandes...
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