“En la piedra también hay blandura, en lo negro late lo blanco, en el hurón habita el cisne”. José Luis Cancho
Qué bien, José Luis, sin el sonsonete de la rima que, tantas veces, destroza el poema. Y así todo el libro “Cuaderno de invierno” que se lee en menos de media tarde, pero que habrá que dedicarle tardes y más tardes de estío, otoño, primavera e invierno. (Lo trabajaré en mis talleres de escritura creativa, vive Dios). Y leer la tarde siguiente tu otro espléndido libro en prosa “Los refugios de la memoria”, premio de la crítica de Castilla y León, que tenía pendiente desde que se publicó, son para nota, amigo Cancho, compañero de estudios, allá por los 70, cuando tú andabas más en el frenético activismo político, pero que te daba tiempo a querer y admirar a tus compañeros de pupitre. Mucho tenía que rebullir dentro de ti para que en tu plenitud de años y vida sosegada estés dando obras literarias tan sorprendentes. He querido comenzar esta breve nota con esos versos que me despertaron después de la siesta para llevarme feliz a tu mundo mágico, pero es que todo el poema, y cuidado que es breve, como todo lo tuyo, aunque de una sombra, como el ciprés, tan alargada. Déjame querido lector, amable lectora, que transcriba entero el poema, sería un delito no hacerlo:
“No permitas que el negro te posea; más allá bulle la vida. Déjate arrastrar por el deseo, tiembla bajo la primera luz del día, ordena tu mundo, acarícialo. En la piedra también hay blandura, en lo negro late lo blanco, en el hurón habita el cisno. Puerta que das al mar, disuelve la niebla, que penetre en la penumbra la luz, el amarillo del día”.
¿Breve? Y para qué más si se concentra un mundo amplio como los océanos. En un momento parece que te da una orden para que ordenes el mundo, que te deja tieso, y enseguida, viniendo de este hombre afectuoso a quien torturaron aquí en mi ciudad, y mucho más, ay, te cambia el ritmo y te dice tiernamente: acarícialo. Esta es la magia de la poesía cuando tiene duende, claro. “En la piedra también hay blandura”, y te lo explica él mismo en un capítulo precioso y testimonial en Los refugios de la memoria, su autobiografía, en donde habla del enfermero de la prisión con una delicadeza ejemplar, quien había cometido un asesinato y se comportó con el propio José Luis como una madre y excelente cuidadora, y entiendes a la perfección estos versos que en un primer momento de despiste y lectura apresurada te pueden parecer absurdos y endiablados.
Desde entonces no lo veo, y cuidado que ha llovido, pero hemos quedado en hacerlo en cuanto vuelva por esta su ciudad y la mía. Gracias, Cancho, tu nombre de entonces de guerra y estudios, gracias mil por estas dos perlas. Breves, muy breves, pequeños-grandes libros, ya digo, como la perlas, pero para qué más.
Nota no tan al margen: Hablé de trabajarlo en clase y lo haré, para empezar, con este poema:
“Cuando un hombre y una mujer se separan / solo quedan los gestos del abandono: / la cama deshecha en el oleaje de los sueños / el eco de las melodías compartidas / un puñado de versos perfilados entre los dos / el esplendor de su risa / su pelo como algas marinas / los besos robados al futuro / su voz junto a la luz de septiembre / los estremecimientos a la orilla del río / el rumor de los días luminosos / todos los planes de repente congelados. / No hay piedad para nosotros. / Todo termina / los viajes y el amor. / Nada termina”. Hay que volver a leer, y ver cómo tras la ruptura afloran en la memoria los momentos estelares de la unión y pareciera que todo hubiera terminado, que todo hubiera muerto, pero no es verdad: Nada termina.
Alta poesía. Gracias, José Luis, por estos dos magníficos regalos. https://youtu.be/K0nqoXSIS0Y Khatia & Gvantsa Buniatishvili - Bach - Concerto for 2 Pianos BWV 1060.
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