lunes, 20 de julio de 2020

AY, SI LAS FRESAS HABLARAN


Ay, si las fresas hablaran, y los melocotones y las peras... y mucho antes, los dulces. “Si estos callaran, las piedras hablarían”, Lucas 19:40, pues lo mismo, hablan si dejamos la furia y el ruido y escuchamos el silencio sonoro de sus lamentos. Las cuidamos como a reinas, en el frigo, y las adobamos de nata, ¿por aquello de nata y fresas? o con azúcar, para que a las pocas horas suelten un jugo exquisito. Y hablan, si echamos la vista atrás, porque el asunto viene de lejos. Los diez millones de esclavos africanos del siglo XVI al XIX, obligados a trabajar en condiciones ínfimas en las plantaciones de azúcar para que los europeos pudieran disfrutar de su té dulce y las más variadas golosinas, y cacao, café, tabaco, algodón y ron. El capital perseguía el desarrollo y el progreso en su fachada principal, pero por la puerta de atrás se colaba el tráfico infernal y el trato inhumano. ¡Cómo no iban a hablar los pasteles, y el té bien azucarado, sabiendo el origen! Poco más tarde de aquellos inicios el rey Leopoldo II fundó una organización humanitaria para combatir el tráfico de esclavos en el Congo, pero en cuestión de poco tiempo, sigo en esto al historiador Noah Harari, que releo en estos días, la organización humanitaria se convirtió en una empresa de negocios cuyo objetivo era el crecimiento y los beneficios, lo ya sabido, y se olvidaron de las escuelas y los hospitales. En pocos años, la estimación más moderada habla del coste terrible humano: aquello costó la vida de 6 millones de individuos. Otras estimaciones hablan de 10 millones de muertos. Ay, si el caucho hablara...
Dejando aquellos siglos llegamos al de la fresa y nata de Almería y Huelva y los melocotones y peras de Lérida y Aragón.
Un amplio reportaje del dominical de EL PAÍS pasa revista pormenorizada del tema sangrante en cuanto se refiere a los temporeros en gran parte extranjeros, migrantes que queremos lejos, porque “nos vienen a robar”, y a tener que compartir los centros de salud, pero, a la vez, queremos que nos saquen las castañas del fuego. No pretendo que se nos atraganten y se nos corte la digestión, pero escuchar lo que hay detrás de una fuente de fresas, melocotones y peras, etc. etc. no nos vendría mal para ir pensando lo mal gestionado que está este mundo en el que participamos todos en mayor o menor medida, ejecutando, permitiendo, vociferando sin razón ni venir a cuento, o mirando para otro lado con santa indiferencia. Porque:
- Mientras España entera se confinaba en tiempo de pandemia trabajadores “esenciales” trabajaban y vivían en condiciones infrahumanas en chabolas de 20 metros cuadrados, de cuatro paredes, sin baño, ni agua corriente, ni luz.
- Una hondureña de 37 años, tras dos meses recogiendo fresas y arándanos, sábados y domingos incluidos, calculó que que recibiría 1.700 euros, Las cuentas las hizo la empresa, sin embargo, y no llegó a 900. Raro, ¿no?
- Philip Alston, el relator para la pobreza de la ONU visitó los asentamientos de Huelva y denunció que las personas vivían “como animales”.
- Una pequeña luz destaca entre las sombras: En la comarca de Segrià se han construido albergues con ayudas públicas en donde se respira, destaca el reportero, un aire de camaradería, botas limpias en las puertas y cocinas relucientes.
Está claro, ¿verdad?, en medio del silencio de cosas y frutas como mudas que son, todas ellas hablan, si no alto, muy claro. Sirva este mensaje escuchado en la radio: "Obligamos a los inmigrantes a vivir hacinados en tiempos de pandemia y luego los criminalizamos por ser fuente de contagio". Julia Otero
https://youtu.be/AOPOxdPVudk Me Voy al Monte - Katie James

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