lunes, 17 de febrero de 2020

LOS OBJETOS DE UN BODEGÓN


Hace cuatro años le dediqué un artículo a este cuadro de Velázquez, “Vieja friendo huevos”, aunque entonces me fijé más detenidamente en las miradas tan elocuentes de los protagonistas. Ahora, para que esté en armonía y acorde con el tema de este Cuaderno, quiero hablar con los objetos del cuadro o mejor aún les dejaré hablar a ellos, pues su silencio es más que sonoro y bien significativo.
La mirada se centra en los huevos a punto de estar fritos, advierta el espectador que están vivos, siguen vivos, y tan es así que ese instante quedó tan bien grabado que, aun cuando ya hace de ello cuatro siglos, pareciera que siguen estando a punto para pasar de la cazuela, que no sartén, al plato, y a continuación hacer la misma operación con el otro que está dispuesto no tanto al llanto como al crepitar gozoso ante el acto experimental y único de bailar en la sartén, o lo que hace de sartén en este caso. No se ve el fuego, tampoco o apenas, en la vitrocerámica, pero haberlo, lo habría, a buen seguro, dada la impaciencía del que espera su turno. Y haciendo corro y hermosa compañía: el plato y un cuchillo, cebollas y guindillas, el almirez, la jarra ¿de Talavera?, un caldero de bronce, un frasco de cristal y una calabaza en las manos del niño, una cuchara de madera y otro huevo en las manos de la vieja.
Cada objeto tiene su singularidad, tiene su vida propia -yo soy yo, parece que dicen o más bien dicen- aunque adquieren una estudiada armonía de conjunto al servicio del tema central: Vieja friendo huevos. Todos perfectamente armonizados en feliz contraste de un baile de luces y sombras, callados, intemporales, a excepción de los huevos marcando el instante fugaz y efímero, pero, siendo así, ha quedado ese momento detenido para la eternidad, puesto que se pudo observar y celebrar tal instante allá en los finales del siglo XVII y ahora en la primera mitad del siglo XXI, con la misma meticulosidad: los huevos a punto de cuajarse ante la mirada clavada del muchacho ante lo que estaba sucediendo.
Algunos críticos, como Julián Gállego, sugieren que el cuadro pudiera ser interpretado como una representación del sentido del gusto. Otros, como Fernando Marías, ha profundizado en las diferentes texturas y calidades táctiles, en la mirada atenta del muchacho, en tanto la mirada perdida de la anciana, «con expresión de ciega» según Gállego, que parece tantear con la cuchara la distancia a la cazuela. Antonio Muñoz Molina ve en el tratamiento general el juego de luz y penumbra y la dignidad solitaria y magnífica de la pobreza.
“Las personas del cuadro casi parecen también objetos. Lo digo porque parecen haberse quedado inmovilizados, y Velázquez los trata con el mismo distanciamiento y objetividad que a la cebolla o al cesto colgando del techo”. Curioso: Las personas cosificadas o hermanadas, mejor, con los objetos, y estos, personalizados, esto es, en familia bien avenida con sus dueños. Es el mismo efecto que produce la cámara cuando inmortaliza una escena. Esta vez fue mejor, infinitamente mejor, que la mejor cámara: eran las manos, los ojos y la imaginación creadora de Velázquez, grande entre los más grandes.
https://youtu.be/Dfdlxa6uidY Concierto para fagot en mi menor Vivaldi

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