viernes, 21 de febrero de 2020

ABRECARTAS QUE YA NO ABRE NADA


Hay en casa tres o cuatro abrecartas, que han llegado como pequeños obsequios, porque a mí jamás se me hubiera ocurrido comprar uno solo. No he entendido nunca su utilidad cuando tienes los dedos perfecta y hábilmente dispuestos a ello. Pero siguen ahí, en los huecos que dejan los libros, como adorno, porque no te atreves a tirarlos, aunque ya no te acuerdes de quiénes tuvieron ese detalle, y los conservas en su honor.
Siguen llegando cartas de los Bancos, de Movistar, cartas de la más variada publicidad, pero cartas-cartas, lo que se dice cartas, aquellas que leías tres o cuatro veces, por lo menos, han pasado a la historia. Ya no se escriben, no las escribimos, usamos el móvil, facebook, whatsapp, que no tienen ni de lejos aquel sabor, aquellos hondos y altos sentimientos, todo aquel calor que transmitían las cartas de hace, pongamos, cuarenta o cincuenta años. Recuerdo algunas de ellas, seguro que tú también, como si fuera ahora, y ni tú ni yo íbamos en busca del abrecartas, porque aunque lo hubiera, que seguro que no, no iríamos por él, porque la impaciencia era más poderosa y los dedos, sin que el cerebro les diera la orden, acometían con máxima rapidez la labor de abrir el sobre y adentrarse en el océano cálido de la carta de amor, tanto si esta era de amor como si era de tu misma madre, también de amor, claro está.
En cualquier caso los veo ahí, pasmados, más solos que la una, aunque estén rodeados de libros, y en tan buena compañía, sin haberse estrenado, sin saber qué pintan cuando nunca han pintado nada y tras la rápida mirada les dedico una leve sonrisa, una mueca de querer entenderlos con cierta compasión, porque no deja de tener poca gracia estar en este mundo como de pasada, sin dar un palo al agua, sin saber para qué te han traído aquí, si no te has estrenado, si no has movido una mano a favor de algo o de alguien y más bien te has quedado momificado sin el más leve movimiento pues la pasividad más absoluta ha pasado a ser ya tu santo y seña.
El abrecartas, en general, como tiene todo el tiempo del mundo para pensar, suele vagar por el territorio del recuerdo y aterrizar siempre al mismo lugar y a las mismas manos: al artesano que con tanto esmero lo sacó de la nada, contento del futuro que le esperaba: abrir cartas tan importantes, como algunas de negocios, otras de familiares esperadas con gran contento, y aquellas misivas de novios y amantes en las que se abrían de par en par las carnes y los sentimientos despidiéndose con el alma, a los pies del amado, derretida. Desde su silencio inmutable el abrecartas guarda las historias que fueron o pudieron existir con un secreto ejemplar.
Nota no tan al margen: En la novela que estoy leyendo, estos días, de Irene Nemirovsky -cómo me gusta esta escritora- “El ardor de la sangre”, leo y subrayo: “Las personas mienten, pero las flores, los libros, los retratos, la suave pátina que el uso deposita en todos los objetos, son más sinceros que los rostros”. Pues eso.
https://youtu.be/kcMaxo0OaZo Kristina Cooper-"Emanuel"

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