viernes, 28 de febrero de 2020

ABRIR Y CERRAR VENTANAS


Hace diez o doce años le dediqué toda una serie de artículos breves a las ventanas, 50 en total, y no quiero ir a ellas, para así hacer de nuevo nuevos caminos y abrir surcos vírgenes no hollados por pies ni ajenos ni propios. Hoy me fijaré en dos momentos del día en donde las ventanas son protagonistas y nos hablan desde su elocuente mudez, haciendo juego con los objetos de la casa que por ella pululan.
El rito de abrir las ventanas es un momento de los más especiales del día y de mayor significado, porque es hacer que entre la luz y desaparezcan las sombras, la noche, los miedos, los malos sueños, la bilis que quedó en un rincón almacenada por sucesos desagradables, mientras la almohada te acogía con suavidad y forma placentera, y con la luz, un nuevo amanecer, un día distinto a los otros, porque cada día es nuevo y diferente, puede y debe serlo, y así continúa este anhelo permanente de vivir y hacer mejor las cosas, restañando heridas, compartiendo la tarta que la vida misma nos regala con generosidad. Si los días de estreno de nuestra niñez y nuestra juventud eran días de fiesta que se marcaban con letras de oro en nuestras biografías, no tienen por qué ser menos cada vez que abrimos las ventanas: estrenamos una mañana más y una tarde y un anochecer, ¡tantas cosas pueden pasar! A veces solo hace falta un poco de pasión y coraje, una leve esperanza, grandes dosis de amor a las tareas que se traen entre manos y si se les añade una pizca de humor, ni te cuento.
Y tras el rito de abrir está el rito de cerrar ventanas y bajar persianas para adentrarse en el territorio de la noche y sus misterios: una película, el ordenador que espera algún escrito inminente que pide paso, un tiempo dedicado a escuchar música... y de preparase para el descanso. Se hace de noche y las ventanas se cierran y las persianas se bajan: nada debe molestar, es el momento mejor para hacer las paces con uno mismo y permitir que venga el sueño y los sueños hagan su presencia con su colorido más diverso, no importa el color y el tema, porque lo realmente importante es que existan, ello demuestra que seguimos vivos y que seguimos luchando desde el inconsciente para que lo que podría ser la antesala de la muerte desaparezca -leo en la novela “El bosque”, de Nell Leyshony, esta magnífica definición de sueño: “desconocimiento pasajero del mundo”- y aunque seamos en el sueño la viva imagen de la muerte, debe seguir esperando, pues no ha llegado la hora, y solo hará falta comenzar un día más, celebrando el milagroso abrir los ojos, para demostrarle que le damos la espalda: el mundo y los amigos nos esperan y la vida está a nuestro servicio y de nuestra parte. Quizá no quepa la menor duda: lo mejor de la noche es que ineludiblemente viene un nuevo amanecer y la vida nos sale al encuentro y nos saluda con un esplendoroso: “Buenos días”. “Quien no está naciendo, está muriendo”, canta Bob Dylan.
Nota no tan al margen: Y hablando de ventanas: ¿Cómo no recordar este párrafo del gran poeta francés Charles Baudelaire?: “Quien desde fuera mira a través de una ventana abierta, jamás ve tantas cosas como quien mira una ventana cerrada. No hay objeto más profundo, más misterioso, más fecundo, tenebroso y deslumbrante que una ventana tenuemente iluminada por un candil. Lo que la luz del sol nos muestra siempre es menos interesante que cuanto acontece tras unos cristales. En esa oquedad radiante o sombría, la vida sueña, sufre, vive”.
... https://youtu.be/ZTtygcf1d9c María Berasarte, Ara Malikian y José Luis Montón " La Tarara " Decir que es una maravilla es poco.

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