lunes, 20 de enero de 2020

JUGUETES FELICES DE NUESTRA NIÑEZ


He hablado de la bici en dos o tres ocasiones, pero muy de pasada, así que resumo lo dicho y sigo, porque esta sí que tiene larga historia. Tendría doce años. Me dijo una tarde que si la llevaba, era una de mis mejores amiguitas, y claro que la llevé. Nunca fue tan ligera como aquella tarde, volaba, porque, entre otras cosas, tenía que demostrar lo veloz que era mi bici y cómo yo la sabía manejar. Pero demos marcha atrás para decir que la bici es una palabra clave en la biografía de mis primeros años. En mi casa tuvimos suerte y mi hermano mayor nos trajo de Madrid, donde trabajaba, una bici de carrera, y de según da mano, pero como nueva. Y como eran tiempos de escasez y austeridad, no recuerdo prácticamente otro juguete mejor en mi niñez de cumpleaños y Reyes Magos. Aquel una maravilla inigualable.
¡La bicicleta! Por entonces llegaron “los cubanos” al pueblo. Su hija tenía una bici de chica con las ruedas muy gruesas, casi de moto. Cuando la cubanita, no recuerdo el nombre, sí la silueta, llegaba a la plaza, todos los chicos corríamos detrás de su bici, yo creo que no tanto por ver las ruedas gruesas, nunca vistas, que también, como las piernas de gacela de aquella linda cubanita. Don Luis, el cura párroco, se encargaría de perdonarnos todos nuestros malos pensamientos (entonces eran malos: carne de cañón y pasto de las llamas) y miradas furtivas.
Mi hermano y yo contemplábamos la bici, maravillados de lo que estábamos viendo. Él me enseñaría a montar y arreglar los pinchazos. Un tarde nos dejó solos a un amigo de niñez y a mí y tuvimos que montar y desmontar una de las ruedas un sinfín de veces porque al montarla le pegábamos un mordisco y vuelta al parche. ¿Cinco, seis... o más veces? ¡Qué desesperación! En mis tiernas carnes infantiles comencé a sufrir la baja estima. ¡Qué inutilidad!
De unos años acá, ay, usamos la estática en el Gimnasio, mi mujer y yo, pero en el verano, en Viana seguimos usándolas por la carretera del pinar, menos de lo que mentalmente quisiera, aunque siempre, al comienzo de la estancia veraniega hago firme propósito de sacarla más a pasear y que ella me pasee. Del próximo no pasa. Y si hay que poner un parche, ya experto, me acuerdo de aquel desbarajuste, y suele salir a la primera. Aquí llaman “pesetas” a unos pinchos de cardo endemoniados que se pegan como lapas, pero pinchando y marcando el fino y fatal agujerito.
Cuando muchos años después leí “La oda a la bicicleta” de Pablo Neruda, me dije: como si hubiera pensado en mis primeros años de bici de correrías con los amigos:
“Iba / por el camino / crepitante: / el sol se desgranaba... / y a la puerta / esperando / la bicicleta / inmóvil / porque / sólo / de movimiento / fue su alma / y allí caída / no es / insecto transparente / que recorre / el verano, / sino / esqueleto / frío / que sólo / recupera / un cuerpo errante / con la urgencia / y la luz, / es decir, / con la resurrección / de cada día”.
Íbamos a bañarnos al Sequillo, que es el río de mi pueblo y, en verano, nunca iba seco, ni siquiera sequillo, y era ideal para el baño de quienes no sabíamos nadar. Fueron las primeras excursiones, tres o cuatro kilómetros por la carretera de Madrid - Coruña adelante, sin dejar de decir adiós al Árbol Solitario que se alegraba al vernos cada verano y nosotros también de verle tan solo y por unos instantes felizmente acompañado... No sigo.
Ahora, tú pon en marcha la memoria para dar con el mejor juguete de aquellos primeros años, hasta donde te lleven los buenos aires del recuerdo.
... Aquellos felices juguetes, aquellos felicísimos-austeros regalos.
... https://youtu.be/BKezUd_xw20 Salut Salon "Wettstreit zu viert" | "Competitive

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