lunes, 2 de diciembre de 2019

LINKA Y LUNA, VIDA, MUERTE, VIDA


Fueron más que cosas, infinitamente más que objetos, y como andaban entre las cosas de la casa como si fueran suyas, como si les perteneciera, cómo no hablar de ellas en este recuento de las cosas de la casa, a plumilla y hasta con cierta nostalgia, en la que me he metido. Linka y Luna: nuestras dos perras, que yo no quería, y me las metieron a traición, pero enseguida fui compañero y amigo fiel. Estuvieron en casa quince años, y no más porque la primera enfermó de diabetes y hubo que sacrificarla de joven, y la segunda, de vieja, con alguna enfermedad irreversible y tuvimos que tomar la misma decisión. Les dimos una muerte dignísima, tan digna como la que les ofrecimos en vida: eran las reinas de la casa. Sus fotografías enmarcadas tienen su lugar preferente entre los libros.
El recuerdo de ambas me trae lo mejor de ellas. No estaban nunca más a gusto que pegadas a mi piel, a nuestro lado, y cuando después de algunos días de ausencia llegaba a casa el recibimiento era apoteósico, ¡qué fiesta y qué alegría más desbordada!, sacaban la voz que no tenían desde los intestinos y forzaban el aullido entre lastimero, fiel y regañón, como diciendo, ¿por qué no has estado aquí? Distinguían a la perfección entre una hora, una tarde entera y dos o tres días de ausencia. ¡Qué memoria! Para cada momento un lamento diferente y una alegría leve, de simple meneo de rabo o de total locura. Difícil hacerlo mejor. ¡Cómo olvidarlo, cómo olvidarlas!
Por ello la decisión no fue nada fácil, seguimos el consejo del veterinario con Linka, juzgaba que lo mejor era sacrificarla, porque iría a más y peor, y así lo hicimos, le puso una inyección delante de nosotros, no esperábamos que fuera tan sencillo y tan indoloro, porque a la milésima de segundo de ponérsela cayó fulminada, y salimos de la consulta llorando sin poderlo remediar, pero felices por haberla dado la muerte que se merecía: una muerte digna, que quisiera para mí en condiciones similares sin vuelta de hoja. Con Luna, llena de años y muchos achaques, repetimos con otro veterinario, que nos aconsejó lo mismo. Fue más llevadero porque ya sabíamos de qué iba y cómo se operaba en idénticas situaciones. De igual forma, una muerte feliz. Cómo no recordar el detalle de una señora que estaba en la sala de espera y cuando se enteró de que íbamos a sacrificarla, nos pidió permiso para darle un beso, que no le dimos nosotros. Ahí te va con mucho retraso.
Desde su cielo, que es lo que crea y recrea la memoria, me llega su luz, -que alivia las sombras de su ausencia- su fidelidad, la felicidad de estar pegadas a nuestros pies, esperando las caricias en su tripa, cerrados los ojos con infinita placidez, sus saludos cada vez que entraba en casa y de manera esplendorosa cuando regresaba tras unos días de estar fuera, como he indicado más arriba. Y ya digo: Vida, muerte y vida. Porque siguen vivas en mi memoria.

... https://youtu.be/pg0_lk428tQ Amancio Prada Negra sombra

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