viernes, 1 de noviembre de 2019

LAS PINZAS DE LA ROPA


Parecen la cosa más simple de este mundo y no carecen de cierta sofisticación, pero lo que sí es claro es que no habrá casa en el mundo en el que falten. Por muy humilde que sea una familia, alguna ropa tiene que tener y, en algún momento, tras la lavada el tenderlas fuera o dentro, necesitando las humildes pinzas que hacen una labor magnífica dentro de su simplicidad, o no tanta, pero sí, es curioso el invento que no ha necesitado cambio alguno a lo largo del tiempo.
El tendedero, la ropa y las pinzas tienen para mí su pequeña y casi misteriosa historia, que me atrevería a llamarla sensual, siendo probablemente el primer impulso erótico en mi biografía. Yo creo que debía de tener seis o siete años, seguro que no más y, al ver la ropa tendida de una de mis vecinas, me quedé durante unos instantes prendido, tal cual, de una blusa amarilla y entre ofuscado, sorprendido y hasta no sé si seducido, porque me fui en mi imaginación temprana a los pechos jóvenes de nuestra vecina de enfrente. Hecho infantil que me viene a la memoria a través de una ropa tendida con sus inseparables pinzas al uso.
Duermen hermanadas en una bolsa, pacíficas, como el caracol pacífico burgués de la vereda de García Lorca y nunca se las oye el menor ruido hasta que se mete la mano para ir cogiendo las que se necesitan aflorando un gran revuelo y una agitación nerviosa porque todas quieren salir a cumplir con su labor, oír el latido de la mano amiga de la dueña, en casos, dueño, dejarse embriagar por la ropa recién lavada y limpia y si ha sido con suavizante mejor que mejor. Y si el caracol de Lorca se hacía unas preguntas trascendentales sobre el más allá y el más acá escandalizado por quien se comportaba sin compasión quién nos dice que las pinzas no se hacen preguntas serias además de sentirse felices de estar colgadas en la cuerda, viviendo ese acontecimiento como un baile agarrado a cada prenda, llevando el compás que marca el viento y esperando la mano de suelta y vuelta a casa, su casa: la bolsa con todas las compañeras en feliz silencio y maridaje de nuevo. Neruda se olvidó de ellas en sus odas a los objetos, a no ser que estén incluidas en la Oda a las cosas, pero se quedaron sin ser mencionadas expresamente, no entiendo por qué, cuando son tan serviciales y simpáticas: “Amo las cosas loca, / locamente. / Me gustan las tenazas, / las tijeras, / adoro / las tazas, / las argollas, / las soperas, / sin hablar, / por supuesto, / del sombrero”. De las pinzas, nada, ni mencionarlas. Por ello intentaré dedicarles, con el permiso del gran poeta chileno, qué menos que un haiku:
Saltan gozosas
tras sostener la ropa
recién lavada.
... https://youtu.be/FJkCMjhCbFA KATICA & CSABA ILLÉNYI Page turning Hungarian Dance No. 5, Dos hermanos en maravillosa sintonía, salvando el posible desastre.

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