lunes, 14 de octubre de 2019

LA PLANCHA QUE NO PLANCHA


En casa hay dos: una que tiene más de cien años y la otra, dos días, como quien dice. Al ponerme a escribir algo sobre ella me ha salido este haiku, que no he desechado:
Está callada,
pero cantará pronto
en mi memoria.
Y claro que se ha puesto a cantar, nada menos que las coplas y canciones de la abuela y de mi madre, desde el momento en el que se ponían a ello, y lo primero era sacar las mejores brasas del fuego: la primera que no podía faltar era la que se hizo famosa con la película de Los últimos de Filipinas o fue ella quien hizo famosa a la película. No sé. Me refiero naturalmente a la habanera-bolero “Yo te diré”, que yo escucho con frecuencia en la versión maravillosa de Marina Rosell y que esta cantante aprendió de su madre mientras hacía las labores de la casa, como suele decir siempre que la canta. Todo se va hilvanando de generación en generación, por fortuna, y siempre es por respeto y admiración a quienes nos precedieron. Suelo hacerle caso y, sobre todo, cuando enciendo la chimenea, que es donde luce su presencia con el porte de lo antiguo bien conservado, guarda su silencio en la repisa al lado de cerámicas diversas, y me parece a mí que hacen buen juego. Cuando me voy a mis otros asuntos, pareciera que murmurara: sí, sí, mucha miradita, pero eres incapaz de usarme y planchar tus camisas, que sé que lo haces con esa otra más moderna que yo, que da la sensación de que no valgo ni un pimiento, pero resistí e hice mi labor años y años, veremos a ver si esta que tanto cuidas dura tanto como yo, veremos, y lo dice con una mueca un tanto maliciosa.
Es cierto, desde que en una de las actividades de un Programa de Mayores, en un taller sobre plancha que pusimos una de las tardes de la semana para los hombres, teniendo como maestras a las mujeres mayores que participaban en la actividad, yo pasé a ser alumno, en algo que a mis cincuenta y más jamás había practicado. Y aprendí a planchar una camisa, constatando que no hay que ir a Salamanca, sino ponerse, en aquel momento a las órdenes, dejándome llevar, de mi buena amiga Eusebia, de Villabáñez, de feliz memoria.
Y desde entonces soy yo quien plancha mis camisas y algunas cosillas fáciles de planchar, porque lo difícil lo hace mi santa, como sus camisas y los pantalones de ambos, sobre todo cuando hay que hacer la raya, que por comodidad, desde luego, nunca me he puesto.
A modo de casi secreto, para que no corra mucho la voz, advierto, por mis hijas, que las generaciones actuales no es algo que valoren en exceso, qué digo: ni mucho ni poco, más bien nada, al contrario de la gente de mi generación que apreciamos la ropa bien planchada y tenemos a la plancha en alta consideración. Y ellas lo agradecen, porque es así como “cada cosa se esfuerza cuanto puede en perseverar en su ser”, que diría el filósofo Spinoza. Porque si el río no lleva agua, el cepillo del pelo no se usa y la plancha es un trasto olvidado en un armario: ¿me quieres decir qué pintan en el mundo? Y quieren pintar, quieren perseverar en su ser, quieren prestar un buen servicio.
... https://youtu.be/m0jOgx4CafE Madredeus

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