viernes, 27 de septiembre de 2019

EL ALMIREZ


El almirez, en un rincón del salón como parte de la decoración, me lleva al almirez de mi infancia, a la casa de mis primeros años, que me devuelve los objetos, los olores, los sabores, los sonidos y a mis seres más queridos hasta que iniciara yo mismo la generación posterior con otros seres más queridos aún. El almirez como testigo fiel de las tareas de la abuela y de mi madre en la cocina hasta el almirez que se lleva y se trae del salón a la cocina actual, cada vez que se necesitan sus servicios culinarios.
Ya sabes, como yo, que es un mortero de metal o madera, pequeño y portátil, que sirve para machacar o moler en él. Es utilizado en cocina para moler en él especias, semillas, ajos u otros ingredientes gastronómicos, pero también se ha utilizado como instrumento de percusión para acompañar cantos tradicionales: jotas, tonadas, fandangos, pastorales. Hay quien lo hace de maravilla y logra unos sonidos increíbles y el ritmo adecuado al canto elegido. Y hasta Velázquez lo puso en uno de sus cuadros famosos en el centro mismo de la historia que nos quiso regalar con sus pinceles únicos y geniales. El almirez.
Hace buenas migas con una romana, igual-igual que la que había en casa para pesar los sacos de trigo y los cerdos, esta, a su derecha y, algo más lejana, de forma que no se ven, pero se sienten, una plancha de las que funcionaban con carbón o leña. Tres objetos del pasado. Y cuando digo que hacen buenas migas, es cierto, porque nunca los he visto pelearse por quítate de ahí para ponerme yo. Están felices donde están y orgullosos, codeándose con estatuillas de bronce, algunas cerámicas, cuadros de pintura moderna y grandes fotografías de iglesias mozárabes y románicas de enorme belleza en perfecta y curiosa camaradería. Y se sienten cómodos y agradecidos, cada vez, y son muchas, que poso mi mirada sobre ellos. Lo que les parece más que suficiente antes que verse tirados en cualquier lugar, olvidados y llenos de polvo antiguo o en la nave de algún anticuario que solo quiere deshacerse de ellos cuanto antes porque ocupan lugar y debe comerciar con ellos. Por lo que están bien, ya digo, contentos y orgullosos de ocupar un lugar privilegiado en la decoración del salón y no digamos cuando al almirez se le saca de su pasividad y su mudez para hacer una sesión de cante y punteado. Y es entonces cuando se viene arriba. Es claro, como diría doña Elvira Capizzi, la abuela del escritor Andrea Camilleri: no hablan lo mismo un almirez, un piano o una cacerola. No, no es lo mismo.
Las cosas, con su elocuente lenguaje mudo y transparente están siempre ahí, nos traen recuerdos del ayer y siguen dándonos color y calor cual entrañables animales de compañía, sin pedir nada a cambio. Gracias, buenos camaradas, amigos entrañables.

Nota no tan al margen: Si recordáis, hace pocos días le dediqué el artículo al poto, una planta muy frecuente en las casas, y desde entonces me he animado a dedicarles mis elucubraciones e historias a las cosas y objetos de la casa y nuestros alrededores. Cuando os canséis me lo decís y cambio de rollo. Irán llegando en fila india: después del poto y el almirez, las llaves, el paraguas, el sombrero, las pinzas de la ropa, el folio en blanco, los armarios, las estanterías, las perchas, la escoba, el pan, las zapatillas, el suelo que pisamos, las gafas, la bici, etc. etc. Lo pasaremos bien, yo lo estoy pasando estupendamente. Espero y deseo que te gusten estas cosas mías y ya tuyas.
... https://youtu.be/BIQ2D6AIys8 Este almirez sería feliz si pudiera escuchar esto, que me persigue casi desde siempre.

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