Comienzo en este final de verano, ya fresquito, y a las puertas del otoño, que deseo feliz para la mayor gente posible, -ya he dicho en el prologuillo que ya está bien de desear la Navidad, el Verano, las Vacaciones y olvidarse del fecundo y colorista otoño- una serie de artículos sobre los objetos que nos rodean y nos conforman de alguna manera, a raíz de esta frase de Edmund de Waal, en la entrevista que le hicieron en el suplemento dominical de EL PAÏS: “Un objeto puede encerrar una historia”,
Con esta serie comenzaré mi Cuaderno Nº 11 que me hace estar como un niño con cuaderno nuevo y zapatos recién estrenados.
Lo inicio con uno de los tres potos que tengo, porque es al que dedico más tiempo en una contemplación que me relaja y me pone en contacto con la naturaleza más sabia y discreta. Son dos esquejes que planté en una cesta de mimbre que tengo en la mesa del porche, después de tenerlos en agua un tiempo, hasta que les salieron unas raicillas. Ya son dos ramas en pleno crecimiento, tal y como voy viendo cómo cada semana afloran dos hojas nuevas con un brillo muy vistoso, muy distintos de los otros dos cuyo crecimiento es mucho más lento, y a diferencia de las otras hojas que van adquiriendo un color mate más tenue, y todas ellas como si fueran flores, por eso me gustan los potos jaspeados formando un mini arcoíris a su modo y medida. Advierto y celebro su crecimiento lento de tortuga y me pareciera que le inyecto energía con mi deseo y mi esperanza de ir a más y le doy hasta mis empujoncitos mentales, aunque quién sabe si solo es apariencia o realidad, pues no sería la primera vez que oyéramos que las plantas oyen, agradecen los cuidados, una música suave y de alguna manera son felices si el trato es de respeto rodeado de mimos.
Esta pequeña planta ya no es como las otras dos, como todas las demás de todos los jardines del mundo, porque ya hay algo de ella que me pertenece y algo de mí que le pertenece a ella, lo que me lleva a algunas de las ideas, mil veces repetidas, de El Principito de Saint Exupery y que tanto hemos celebrado:
“Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo tan importante... Si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Para mí, tú serás único en el mundo. Para ti, yo seré único en el mundo... No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.” Una preciosidad.
Las cosas que nos rodean, como los humanos, son importantes por el tiempo que les dedicamos, tenemos, por ello, más necesidad que de otras cosas y personas, lo que las hace únicas en el mundo rodeadas de unas peculiaridades que son el gran regalo de la vida. Así mi poto.
Nota no tan al margen: He comenzado esta serie de artículos a raíz de haber leído la frase de Edmund de Waal, famoso ceramista y escritor, aunque a decir verdad, desde el respeto y la admiración, me atrevo a corregirle: Yo creo más bien que muchos objetos contienen muchas historias, no solo que puedan encerrar una historia, y por ahí me gustaría que fueran mis tiros y mis elucubraciones.
... ¿Les llegará a las plantas esta melodía? Porque a nosotros nos invita a ascender al más alto cielo, melodía, instrumento extraño y, una vez más, una intérprete de lujo:
https://youtu.be/sh4EQFVAE04
No hay comentarios:
Publicar un comentario