Hubo un momento en la vida del escritor Amós Oz en el que tuvo la tentación de desistir de escribir, porque intuía que nunca llegaría a ser Hemingway, Remarque y tantos otros, porque él no conocía París, Londres, Madrid, Milán, Nueva York, Montecarlo, las sabanas de África o los bosques de Escandinavia y “lugares donde los hombres eran viriles como puños y las mujeres femeninas como la noche y como puentes tendidos sobre grandes ríos”. Pero no necesitó nada de eso y supo crear obras maestras hablándonos de la vida monótona y estrecha de los Kibutzim, como en “Entre amigos” y en su excepcional autobiografía “Una historia de amor y oscuridad”. Fue cuando descubrió a Sherwood Anderson, un escritor estadounidense, maestro de la técnica del relato corto, y uno de los primeros en abordar los problemas generados por la industrialización. Uno de sus libros más aclamados es “Winesburg, Ohio”, colección de 22 relatos relacionados entre sí, que algunos críticos consideran en realidad una novela y uno de los mejores libros en lengua inglesa del siglo XX. “Describe, a medio camino entre el análisis psicológico y el sociológico, las frustraciones de los habitantes de una pequeña comunidad rural incapaces de adaptarse a las nuevas formas de vida”. Lo mismo habría que decir del recientemente fallecido Andrea Camilleri.
¿Te parece pequeña lección? El universo literario, pictórico, musical, etc., están en el interior de cada creador y tanto es así que algunas de las grandes creaciones se deben precisamente tras la búsqueda de ese mundo interior. Ejemplo paradigmático, entre muchos otros, es el de Beethoven, quien en su última etapa, igual de brillante que en las anteriores, estaba, como sabes, totalmente sordo. Hasta en el mismo estiércol y terreno pedregoso se dan flores esplendorosas y fotógrafos que nos dan para la eternidad unas imágenes extraídas de los lugares más inhóspitos y en donde la miseria y el horror tienen su asiento. Bastaría igualmente recordar la mayoría de los personajes del inmenso Charles Chaplín. La secuencia de Charlot, en “La quimera del oro” intentando comerse los zapatos viejos, recién cocinados, es de una genialidad inconmensurable. Hay más arte en esa escena que en todas las comidas y cenas de restaurantes de diez mil tenedores juntos. Y cómo no traer a la memoria el ejemplo que siempre se pone en literatura: solo le bastaron a Juan Rulfo unas pocas páginas para regalarnos la novela “Pedro Páramo” que se codea con las más grandes de la literatura universal. Escuchando las voces múltiples en su interior y en una humilde habitación, Cervantes escribió la obra cumbre de la literatura. Por no hablar de esas cosas tan de andar por casa como planchar una camisa, cenar con los amigos, escribir un haiku -y dar con el tono preciso del haiku-, un breve comentario en Facebook, tantas y tantas pequeñísimas acciones y dejar que aflore la satisfacción de la obra realizada salida de las manos de grandes o pequeños creadores, como somos casi todos en pequeñas dosis.
Con frecuencia el interior del ser humano es mucho más rico que el universo entero y, eso, siempre debe celebrarse.
... Como debe celebrarse este poema de Lorca cantado por estos dos excelentes músicos y cantantes: https://youtu.be/jc2ZGfxM7Jg
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