lunes, 29 de julio de 2019

... ¿Y SI UN DÍA DESTRUYERAN TU CASA?


He vivido en seis o siete casas (quizá como tú) a lo largo de mi ya larga vida. Las veo a todas ellas pegadas a mi piel, principalmente las dos últimas en las que llevo más de treinta años y significan lo que me imagino que significará la concha del caracol, que la ha hecho tan suya que con ella va y viene, sale a tomar el sol, en ella se refugia, le sirve de cama, refugio, quietud, descanso y seguridad.
Cómo no comprender hasta los tuétanos que como en casa en ninguna parte, si la casa nos arrulla, nos sostiene, nos cobija, nos acompaña la mayor parte del día y la noche, nos da calor, nos refresca el alma y sabe más de nuestros vericuetos, emociones, sentires y pesares, costumbres y hábitos adquiridos en todas sus dependencias, que nosotros mismos. No sería excesivo proclamar que estamos un poco hechos a su imagen y semejanza. Tanto la decoración, como los muebles, los enseres, los libros..., como cada uno de sus rincones, dicen, sin equivocación, cómo somos, de qué pie cojeamos, cuáles son nuestros gustos, nuestros deseos y hasta nuestros sueños más secretos.
Pues bien, no quiero imaginarme, qué pasaría si a eso de medianoche llegaran, sin previo aviso, cual ladrón furtivo, con la orden tajante de abandonarla, grandes artefactos a derruirla con la presencia de militares bien pertrechados, y una vez en la calle soportando la demolición de lo que ha significado mi vida durante treinta y más años. Yo que nunca he entendido que alguien haga daño a un perro, raye un coche conscientemente, destruya una casa, porque ni el perro, ni el coche, ni la casa, inocentes, se han metido con nadie, y hasta me ha parecido más sin sentido aún que el que se pueda hacer a alguien por animadversión o venganza, por eso me cabreo hasta el infinito cuando de forma periódica Israel destruye viviendas a los palestinos.
Y ahí quería llegar: La última, recientemente, ha consistido, señala la noticia, en arrasar 70 viviendas palestinas en una barriada de Jerusalén Este. “Los policías de fronteras irrumpieron sobre las cuatro de la madrugada y expulsaron a todos los vecinos”. Y hasta aquí me llegan los lamentos, el dolor, los llantos, un sindiós, porque se nos escapa de las manos impotentes y de la razón que se queda sin argumentos, eso significa “un sindiós”, sin el caparazón bueno, inocente y servicial que ha sido todo durante tanto tiempo y que tantos sueños, esfuerzo y dinero contante y sonante en todo el tiempo largo como una larguísima cuaresma, la que duran los ahorros de muchos años y la hipoteca de tanto tiempo. Al camionero de 42 años, con seis hijos, ya no le quedaban lágrimas. Le costó su casa 300.000 euros, el trabajo de 10 años, “pero sobre todo me han quitado el sueño de mi vida”, lamentaba desconsolado, como tú, como yo, como todo hijo de buena madre, en esas mismas condiciones. ¿Quién se podía mover? 900 soldados y policías de fronteras de las fuerzas israelíes se desplegaron de madrugada, como dije, por todo el barrio. Y para más inri y colmo de los colmos de la desvergüenza y la desfachatez tienen que pagar los gastos de la demolición, “ordena Israel”, qué horror.
¿Cómo no entender el grito de justicia y paz de una veterana dirigente palestina y unirse a su causa?: “Las demoliciones representan un crimen de guerra, una limpieza étnica que debe ser investigada por la Fiscalía de la Corte Penal Internacional”.
... ¿Y si un día destruyeran tu casa?
... Ahí te dejo una música fascinante para este momento:
https://youtu.be/m8NN4fpdm40

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