lunes, 22 de julio de 2019

FLORES EN EL DESIERTO DE ATACAMA


Cuenta, mi viejo amigo, José Luis Cancho, en un breve texto con mucha finura literaria y no poca hondura filosófica que, cruzando el desierto de Atacama, al norte de Chile, contempló un fenómeno natural que ocurre cada seis o siete años: tras una noche de lluvia, las semillas que hibernaban, bajo la tierra pedregosa, germinaban en un estallido de flores de vivísimos colores. El pensador que lleva dentro, José Luis, y va con él a todas partes, se puso a darle vueltas y nos soltó esta deliciosa reflexión de altos vuelos: “La vida, al igual que las semillas ocultas bajo tierra aguardan pacientes el momento de aflorar, es una larga e interminable espera de esos momentos únicos, irrepetibles, de esos instantes fugaces en los que todo adquiere su pleno sentido, su total y absoluto significado. Sí, la vida como desierto florido, como el erial por el que transitan monótonas las horas y los días, pero en cuyo interior reposan agazapadas, esperando el instante propicio para cumplirse, las más maravillosas sorpresas”.
Ya podemos hacer nuestro camino por cuenta propia y dejar trabajar la mente con la imaginación a todo volumen, dejando entrar los momentos de mayor sorpresa por lo inesperado, porque estaban aguardando, tras las lluvias finas o torrenciales, para poder aflorar, lo mismo que la vegetación en primavera haciendo saltar por los aires sus mejores colores y el olor invadiendo hasta los últimos rincones.
En cada vida, es bueno decirlo a los cuatro vientos, porque no acabamos de creérnoslo y, con frecuencia, mirando hacia atrás, no divisamos más que grises peñascales, eriales por donde pasta el aburrimiento a sus anchas, y un eterno y cansíno preguntarse: ¿Ha merecido la vida que he vivido hasta ahora con todos sus trabajos y afanes? Por eso es tan oportuno que alguien nos haga saber que de nada vale hacerse el harakiri y caer en el negativismo más atroz. Porque no es cierto, porque no es verdad, porque en cada vida, generalmente, ha habido de todo, pero también, hasta en sueños, momentos de esplendor, y si haces memoria recuerdas algunos besos para enmarcar, cientos de momentos de buenas risas y largas carcajadas, muchas palabras muy bien dichas que has olvidado, y que te las devuelven en papel de plata los que te han querido y de alguna forma te están dando las gracias, y acciones espléndidas y algunos hechos que te salen como brotan las flores del campo, sin romperlo ni mancharlo, y no digamos todo lo cocinado y planchado y servido para compartirlo con los más tuyos, los cuidados a niños y viejos y animales de compañía, o lo gestionado con decencia y honradez sin llevarte ni un euro a tus bolsillos, y lo bailado, conversado, proyectado, investigado, creado y rehecho..., y más y más y más, la lista se hace interminable, porque inabarcables son los caminos, los bosques y las llanuras que nos han salido a nuestro paso y que fueron floreciendo a su tiempo dando al final su fruto. “Momentos únicos, irrepetibles, de esos instantes fugaces en los que todo adquiere su pleno sentido, su total y absoluto significado”.
Tienes razón, amigo Cancho, al decir tan bellamente y con mucha hondura lo que pensaste al recordar tu paseo por el desierto de Chile. Gracias.
... Se llama “Pequeña Czarda” del gran Pedro Iturralde. ¿Pequeña? A mí se me antoja inmensa y no me canso de escucharla;
https://youtu.be/9yc80ghR7Gw

No hay comentarios: