viernes, 14 de junio de 2019

YO SOY ALGUIEN, LE SUSURRÓ EL CABALLO AL AMO


Me duele el maltrato, como a todo hijo de buena madre, ya sea a las mujeres, a los niños, a los ancianos, y también a los animales. Se me pone el vello como escarpias. Me duele en el alma. Me puede. Y llevo mal la tristeza y el dolor que trasmite la imagen de ese caballo, desfallecido, dolorido, con la lengua fuera y los ojos perdidos, uno de los seres más fascinantes del reino animal, más leal y más hermoso, perfecto amigo del hombre y de la mujer que han tenido la inmensa suerte de conocerlos de cerca.
Tengo que acudir, una vez más, a la experiencia felizmente vivida en mi niñez, en donde la presencia de las mulas y los caballos tenían un sentido y gozoso lugar, por no hablar del trato ejemplar y harto humano de mi padre, en cuanto a la especialísima atención, cuidados y hasta mimo, como si se tratara de miembros de la familia, unos más, y estupendos amigos.
Está claro que eso es lo que le diría todo caballo a su amo, si pudiera hablar: “Soy alguien, no algo, no una cosa que tirar o romper”, incluso no le diría esto último, porque le tendría un respeto grande a las cosas y no entendería el gesto repugnante y acto fanfarrón y estúpido de aquel señorito de posguerra, que en la barra del bar quemara un billete ante el pasmo y silencio sepulcral de los humildes jornaleros que allí estaban, sin atreverse a llevarle la contraria y afear aquella necia actitud.
“Soy alguien”, identificación sublime de la dignidad de todo ser vivo, excepto quizá los piojos, los chinches, las cucarachas y similares, que yo no termino de encontrarles sentido en este mundo excelso, y que tanto nos repugnan. ¿Se colaron de mala forma en el largo camino de la evolución? Todo no tuvo que ser perfecto. Y este mundo no lo es.
Si uno se detiene con una mínima dosis de sensibilidad ante la imagen de este caballo, no puede por menos de tener compasión y hacer que los buenos sentimientos le obliguen a condenar a quien le ha llevado a estos extremos de extenuación, sufrimiento y ansias inmensas de morir para dejar todo dolor a su suerte, aunque nunca lo dirán, pero sentirlo, claro que lo deben de sentir en sus carnes doloridas de animales mansos e inocentes. Es lo que sintió el famoso filósofo alemán, Nietzsche (al decir de nuestro filósofo español y nuevo presidente del Senado, Manuel Cruz, “el que con mayor fuerza de los pensadores clásicos sigue presente en el pensamiento actual”, cuando presenció cómo un cochero pegaba con violencia a su caballo y, en un arranque de compasión, se abrazó al cuello del animal, rompió a llorar y se desplomó. Su mente excepcional no estaba reñida con tener profundos sentimientos y un buen corazón, sino todo lo contrario.

Nota no tan al margen: Me ha parecido oportuno, como réplica, contrapunto y cierto alivio, colocar al lado esa otra imagen de un caballo en plena libertad y disfrute de la vida. El contraste no pude ser mayor.

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