lunes, 17 de junio de 2019

CUANDO LE PONEMOS MÚSICA AL TIEMPO

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¡Qué bien cuando al tiempo le ponemos música y alas para volar! Qué bien.
¡Qué bien cuando las horas pasan sin que pase ninguna de ellas sin su cometido! Qué bien. ¡Y cómo no citar, una vez más, a Whitman: “No dejes que termine el día sin haber crecido un poco”!
¡Qué bien cuando encuentras en la feria del tiempo ese regalo de instantes de felicidad, que es donde la felicidad suele estar, no en otro lugar, y muchas veces en la sala de espera de los acontecimientos! Qué bien.
¡Qué bien, qué bien, qué bien!
Y qué hermoso pasar el tiempo sin la esclavitud de tener que mirar al reloj oyendo música (llevo una larga temporada escuchando, en el Ordenador mientras trasteo, a Bach, Beethoven, Mozart, los Nocturnos y sobre todo el Concierto para piano Nº 1 con Olga Scheps de Chopin, el Concierto para piano nº 2 de Rachmaninoff y Anna Fedorova, Piazzolla ... y muchos más de esta ilustre cofradía; esa música entra por los poros de la piel hasta lo más recóndito del alma), charlando con una buena amiga sin mirar al reloj, ni al móvil, comiendo en familia los días que esta se amplía, tomando notas para escribir en seguida lo que te traes entre manos, preparando un largo viaje con el que llevas soñando mucho tiempo o perdiendo sabiamente el tiempo contemplando cómo se pasa la vida tan callando y tan de buenas maneras.
Pero viva el reloj que nos va diciendo cada hora y cada minuto que la vida es breve, que se te va a la velocidad de la luz y te impulsa a pensar que de sabios es no perder miserable y tontamente el tiempo. Y en algunos momentos no hacer nada de nada contemplando simplemente cómo pasa la vida tan veloz y a veces tan lenta y dejar que la lluvia fina te penetre. Viva el reloj.
Sí, viva el reloj que te marca la hora exacta en la que has quedado citado y te hace saber que debes cumplir escrupulosamente por respeto a los otros, que han debido igualmente llegar a tiempo por respeto a ti. Viva el reloj.
Pero que nunca se detenga, además es inútil, queda bien para un bolero: “reloj, no marques las horas, / reloj, detén tu camino”, de nada vale, porque de forma inexorable el tiempo va pasando, aun cuando el reloj se pare; ni el sol se detiene para que la batalla le sea a alguien favorable, sigue su curso, y no hay Dios que lo detenga.
¡Qué distinto mirar la vida como el escalador que no descansa hasta que no llega a la cima y, tengamos la edad que tengamos descubrir que nos faltan siempre largos trechos que deben llenarse igualmente que los anteriores de sabiduría, bondad y buen humor! ¡Qué distinto, sí, del que la mira saciado y ya no espera nada de él ni de nadie! Qué distinto.
¡Y cómo no estar agradecidos a quienes nos precedieron por dejarnos este mundo infinitamente mejor del que lo encontraron, sin desfallecer en el empeño y regalarnos la mejor de las lecciones de cómo emplear sabia y decentemente los mañanas, las tardes y las noches! Cómo no estar agradecidos.
Definitivamente, sí: ¡Qué bien cuando al tiempo le ponemos música y alas para volar! Qué bien.
Frédéric Chopin: Piano Concerto No. 1 e-minor (Olga Scheps live)
(Poco después de los 4 primeros minutos de concierto comienza el piano: Inmensa gozada)

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