Hace cinco millones de años, uno arriba, uno abajo, se oyó un alarido en la selva que venía a decir: pies para qué os quiero, lanzado por un homínido que bajó de los árboles e intentó andar erguido. Fueron los primeros pasos titubeantes ante los que tanto los de su grupo como los vecinos de cueva se pusieron a comentar lo mismo que hacemos hoy ante hechos similares: ¿Qué se habrá creído, que lo va a conseguir? Que se resigne a andar a cuatro patas como se ha hecho desde que el mundo es mundo. Ganas de ir a la contra, etc, etc, etc. No sabemos cuánto duró aquel gesto, pero sí sabemos que hace trescientos mil años no había nadie de entre los humanos que no anduviera erguido.
Y así hasta nuestros días. Miro a mis pies y quiero unirme a aquel primer grito de emoción, temblor y sorpresa del primer homínido, como celebración y reconocimiento de uno de los avances más prodigiosos de hombres y mujeres sobre la tierra como es andar a dos patas, reír y hablar.
Y están ahí, casi siempre mudos, casi siempre callados y sumisos, desde el confín del cuerpo, los últimos de la fila si comenzamos por las alturas del cerebro desde donde les llegan las órdenes de moverse ya a plena satisfacción con la experiencia plena de más de cinco millones de años, uno arriba, uno abajo.
Y gracias a ellos vamos, venimos, subimos las escaleras, hacemos manitas, pero con los pies, saltamos los charcos, y si somos niños de pocos años nos metemos en ellos para gozar de uno de los grandes placeres de la niñez, y en Navidad recibimos sugerentes postales de quien no tiene manos, pero dispone de pies artesanos y artistas.
Y si tienes algún problema con ellos o los tuyos sufren algún percance en esa parte del cuerpo, por ejemplo, que el músculo ciático haya quedado dañado, estás pendiente de ese pie y de cada uno de sus dedos, cumpliendo el tratamiento a rajatabla y no perdonando por nada del mundo los ejercicios aconsejados y las sesiones de fisioterapia, con tal de que todo vuelva a su orden y cada cosa y dedo cumplan con lo que tienen prefijado.
Y tanto al ir a la cama cada noche, buscas con ellos el frescor de las sábanas que se sube como placer inmenso, río arriba, por todo el cuerpo, como al comenzar el día, los animas resguardándolos con calcetines y zapatos a emprender el viaje de la vida y sus quehaceres.
Con Neruda todos podríamos decir: “Pero no amo tus pies / sino porque anduvieron / sobre la tierra y sobre / el viento y sobre el agua, / hasta que me encontraron”.
Por todo lo cual: gracias padres y hermanos valerosos de la prehistoria y de la selva, gracias por este don, andar erguidos, uno de los regalos más asombrosos que se nos ha dado jamás, junto a las manos.
Nota no tan al margen: Dado el éxito de los escritos sobre “nuestras manos” en los talleres de escritura creativa que coordino, me pareció oportuno poner, a la semana siguiente, nuevos escritos sobre “nuestros pies”. A llegar a casa, como de costumbre, me puse a acometer la tarea que había impuesto a mis alumnos, en su mayoría alumnas, y este fue el resultado. El resultado de los suyos en cuanto a nivel alcanzado fue espléndido, no pocos de sobresaliente.
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