lunes, 13 de mayo de 2019

UNA SONRISA A LA CÁMARA CUANDO YA NO QUEDAN SONRISAS


Sí, quizá ríe, porque el fotógrafo le ha dicho: por favor, ríe un poquito, y ella, que no deja de ser obediente por una cultura mal heredada, le sonríe a la cámara, cuando lo suyo debería ser la rebeldía más genuina ante este mundo ingrato e injusto.
Va huyendo de la guerra y del hambre y se ha encontrado a la intemperie, en la calle más espaciosa que nunca y en la plaza sin nombre, todo un campo desolado y ningún refugio donde dormir con los mejores sueños y calentar las manos cuando tiritan con el frío de la nieve y el viento helador.
Tiene el pelo demasiado alborotado, pero ¿cómo lo va a tener si el único espejo que había en la casa quedó destrozado en el último bombardeo y ya no queda piedra sobre piedra y adobe sobre adobe?
Milagro es el pendiente que su abuela le regalara en su cumpleaños más reciente, y es lo único que luce cuando se da cuenta de que lo lleva y no se acuerda del desayuno, la comida y la cena inexistentes.
Acaba de llorar y se le han quedado los ojos húmedos todavía, y la sonrisa, que se esfuerza en salir, no termina de brotar como lo hiciera cuando vivían su madre y sus hermanos, y los juguetes, aunque humildes, hacían las tardes y las anochecidas alegres como días largos de circo y fiesta grande, y eso que ya se va quedando sin lágrimas, porque el recuerdo se va desvaneciendo como la tarde y la mañana, que nunca sabe en su leve presente si llegarán a buen puerto y si habrá mañana y tarde o solo noche oscura y boca de lobo aullando.
Y desde lejos, siempre estamos lejos, no se acaba de entender el dolor del mundo, el desgarro de las aldeas y ciudades condenadas a la nada, los escombros y la cochambre, la tristeza de una niña que le cuesta sonreír porque se ha quedado con el alma penando y de luto de por vida. ¿Estamos hablando de Yemen, de Siria, de Haití, de Palestina, de alguna chabola de aquí al lado y de cien países más en este destartalado y cruel mundo sin arreglo, si nadie está dispuesto a echar una mano de verdad, y pareciera que no lo está?
Lo siento, amigos, entrañables amigas, pero esta historia acaba mal y no hay Dios que la ponga en pie y a derecho.
Por ahora puede que nos consuele esta risa forzada, leve esperanza, pero esperanza al menos, de una niña ante una cámara que ha sabido extraer esa media sonrisa que acaso sea lo que todavía puede salvarnos si detrás de la sonrisa viene un futuro menos malo, lo que sería mucho.

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