viernes, 19 de abril de 2019

NO ESTÉS ETERNAMENTE ENOJADO


No sé a ti, pero a mí me resulta fácil perdonar, no me cuesta gran cosa, quizá es que no me han llegado nunca grandes ofensas y humillaciones graves, y no es lo mismo que olvidar o no olvidar, porque mucha gente dice que ni perdona ni olvida y yo enseguida salto al ruedo: perdonar es decisión tuya, olvidar no, porque, aun cuando la memoria sea frágil y se te vayan los recuerdos al carajo, no eres dueño del olvido, este funciona a meced de la mente sin que apenas puedas hacer algo, viene y anida, mientras que el perdón procede de la voluntad con la que tú decides haciendo uso de la libertad.
Escribo esto en días de Semana Santa y me viene a la memoria aquellos cánticos que hablaban de perdón: perdón, oh Dios mío, perdón e indulgencia... y el de perdona a tu pueblo, Señor, no estés eternamente enojado, que me hacían temblar mis carnes infantiles y un tanto débiles y tiernas, porque por muchas que fueran nuestras ofensas, pecados de tres al cuarto, veniales-veniales, no podía ser que el Señor de los cielos y la tierra, padre de bondad y misericordia, estuviera ni un solo minuto enojado.
No sé tú, pero yo soy dado a pedir perdón por todo, por muy pequeño que haya podido ser mi extravío.
Lo que ya entiendo menos, me pasa como a mi admirado Javier Marías, es el perdón por los otros y en su nombre. Mejor será hacerle sitio, lo que no deja de ser un honor:
“Pedir perdón en nombre de otros es un disimulado acto de soberbia, por mucho que seamos sus “herederos”. Lo que alguien hizo, bueno o malo, sólo a él pertenece. Los vivos no somos quiénes para atribuírnoslo (lo bueno) ni para enmendarlo y penar por ello (lo malo). Aún menos para “repararlo”.
El discurso no puede ser más claro y las ideas más contundentes y luminosas. Se refería Marías a la solicitud del Presidente de México. Obrador, sobre la petición de perdón a su país por parte del Rey Felipe VI. Y naturalmente el Rey no le ha pedido perdón, porque qué tuvo que ver él, como nosotros, en la conquista, colonización, lo bueno y lo no tan bueno que allí aconteció, hace ya la friolera de cinco siglos. Bastante tenemos con dar gracias la vida por lo que nos ha dado y estar satisfechos de lo que hayamos podido contribuir en mejorarla, como pedir perdón a los nuestros, que de alguna forma son todos aquellos que hayan podido tener algún encuentro o más de un encontronazo. Pidiéndoles perdón nos hace mucho más humanos, buena gente y poder salir a la calle más airosos, aunque si nos hicieron algo, nada o poco agradable es otro cantar, porque acaso la memoria en ese caso esté viva y un poco activa a lo tonto. Es su problema no el más nuestro. Como es su problema, el de nuestros antepasados, tanto si hicieron bien como si se portaron muy malamente. Ni de lo uno ni de lo otro somos causantes. No podríamos con tanto peso desde que nuestros primeros padres bajaron de los árboles para caminar erguidos.


No hay comentarios: