sábado, 23 de marzo de 2019

LA AGRESIVIDAD Y LA CONVIVENCIA


Leo casi siempre con gran satisfacción y admiración los artículos de Juan José Millás y el último, titulado “Moderado”, no ha sido una excepción. Se refiere Millás a las ínfulas a las que nos tiene acostumbrados Pablo Casado que, cada vez que abre la boca, sube el precio del pan y bajan las ganas de votarle. Y termina mi admirado escritor con algo de lo que no estoy de acuerdo del todo. Dice Millás: “Estos fanáticos me están convirtiendo en un tipo moderado”.
Y yo que soy moderado por naturaleza, esto me saca de mis casillas, y como decía mi otro maestro, Iñaqui Gabilondo, que Aznar sacaba lo peor de él, pues a mí me pasa lo mismo con él y todos estos alumnos aventajados, más a la derecha, si cabe, y cabía poco ya, que sacan la peor mala leche que llevo encima como todo hijo de buena madre. Dígase lo mismo de los independistas catalanes, tan cansinos con su raca-raca, de los que estamos tan hartos. Y no digamos del tufo rancio de Vox y sus disparates...
El aire que se respira penetra en los pulmones y nos afecta como afecta ese viento huracanado de odio e insultos a gran escala, y que no se nos venda, de la forma más cínica imaginable y un fatal uso del lenguaje, diciendo que son descripciones, tras lanzar quince o veinte insultos graves a su adversario político. Porque se me encienden todas las alarmas, y el asco, sin quererlo, me sale a flote y sé que debo luchar contra ello.
Ni el fanatismo, ni la violencia, ni la agresividad generan y engendran moderación, al menos desasosiego, gran malestar y hacen que una necesaria y sana convivencia sea casi imposible, ah, y bilis, mucha bilis, que si das a la tecla de sinónimos te sale esta ristra: amargura, tristeza, pesimismo, pena, desazón, desánimo, enojo e irritación, para nada, en absoluto, buenos aliados y amigos de compañía. Porque hay que ser más que santos, y no lo somos, o maderos, que tampoco, porque no nos identificamos con lo insensible, pues por nuestras venas corre aún sangre limpia que no quiere contaminarse, pero ante tanta toxicidad corre el peligro de infectarse. ¡Ojo!
Ya sabes el proceso imparable: primero una mirada airada, a continuación una palabra gruesa, y si Dios no lo remedia, que no lo remedia, el recuerdo a tu madre, que nunca viene a cuento porque no fue ninguna puta, para pasar a las manos y lo peor de lo peor llevar armas, porque cuando se llevan terminan empleándose. Y esta feo que en la barra del bar se diga más de una estupidez, pero en casa, en el parlamento, en la televisión, en la radio, en las redes, en la calle, en la plaza pública, en las iglesias..., la palabra debe llevar el signo de la corrección, la limpieza, la estética y la buena educación, de lo contrario estamos perdidos convirtiendo el paisaje humano en un estercolero o algo peor que una selva.
Y por cortesía y agradecimiento le debo otra cita a Millás, esta, que es como comienza el artículo citado: “Casado habla del 155 como de un revólver. Y de sí mismo, como del pistolero más rápido del Oeste. No pide el voto, pide una insignia de sheriff para entrar en el Salón dando tiros al aire. Es increíble que siendo tan joven le hayan influido tanto las películas de vaqueros”. Pues eso.
Nota no tan al margen: Procuraos buenos tapones para los oídos, porque al paso que va esto y con algunas nuevas adquisiciones de algunos partidos, colocados como arietes, nos vienen no tanto días de vino y rosas como días de escuchar barbaridades al por mayor y necedades sin cuento. Atentos. Nunca estuvo tan obligado ir a votar.

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