lunes, 14 de enero de 2019

LA SOLEDAD QUE SALVA O NOS HUNDE


Está claro que la soledad no elegida puede conducirnos a un pozo sin fondo, a ese campo cercano a las depresiones de uno y de otro signo que nadie sabe de dónde vienen y por qué se marchan cuando menos se piensa, y hasta podemos sentirnos muy solos aunque estemos rodeados; mientras que elegida y aceptada con todas las de la ley puede ser enormemente fecunda, y así del territorio de la soledad han nacido las obras del arte o las ciencias más grandes o unas vidas plenas de satisfacción y armonía. De ello podrán hablar largo y tendido muchas mujeres que han elegido la soledad, que son muy activas, que salen mucho de casa y que si se quedan a solas no se les cae la casa nunca encima.
Viene un poco todo esto por haber leído en los diarios en los que estoy enfrascado estos días del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro, “La tentación del fracaso”, quien recoge una cita del poeta peruano, Alberto Escobar: “El matrimonio nos priva del derecho a la soledad”, y tras la cita, el descarnado testimonio de Ribeyro: “Sé por experiencia que no puedo soportar la presencia de una persona más de tres horas… Pasado este límite pierdo la lucidez, me embrutezco, las ideas se me ofuscan y al final o me irrito o quedo sumido en un profundo abatimiento”. Y sigue contando cómo en los primeros años de su juventud, estando totalmente enamorado de una mujer que esconde bajo la letra C., no pocas veces, tuvo que mantener artificialmente un clima de cordialidad con unas copas de vino, porque de lo contrario hubieran terminado odiándose. Así.
Sin llegar a tanto, y de manera muy ambivalente, podría testimoniar que, aun cuando lleve más de cuarenta años casado, y diría que llevados con cierta dignidad, me sucede que cuando me quedo solo en casa, los primeros minutos me entra como un dulce cosquilleo de dulce felicidad y una libertad que me entra por los poros y me hace suspirar con gran satisfacción. Pero, hete aquí, y me sucede siempre, que cuando pasan unas pocas horas ya estoy intranquilo y pendiente de que llegue Isabel, pues comienzo a sentirme como un pájaro enjaulado y no saber qué hacer ni concentrarme en lo que estuviera haciendo. Lo que no obsta para que siga pensando que el matrimonio tiene algo de jaula y que el buey solo bien se lame, aunque también estoy con el que la clavó diciendo que mejor se lamen dos en armoniosa compañía.
Puestos así el panorama sobre la pantalla del ordenador abriría el debate, que da mucho de sí, para abundar en más testimonios y diferentes puntos de vista y dejar al pensamiento su labor de entomólogo analizando y profundizando en los misterios de la soledad que pueden ayudarnos a ser más y dar lo mejor de nosotros, pero también arrastrarnos por unos derroteros absolutamente estériles y dañinos.
Sirva también, como colofón, el pensamiento de la inolvidable Gloria Fuertes: “Gracias a mi soledad escribo los versos que quiero”, cito de memoria, y este poemita: “En las noches claras, / resuelvo el problema de la soledad del ser. / Invito a la luna y con mi sombra somos tres” para, en otra ocasión, sostener que “la soledad es una cabronada”, en un poema titulado: “Sobre la soledad hoy me desdigo”. Ella era así. ¡Qué gusto!
Nota no tan al margen: Caso aparte es el de las personas mayores en España, más viejos y más solos. Aumentan los años de vida y aumenta la soledad no elegida, devenida en circunstancias adversas. Se habla de una cifra alarmante y real, dentro de 50 años casi siete millones de personas habrán cumplido los 80. ¿Habrá pensiones dignas para tantos y voluntarios para tanta soledad?

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