viernes, 25 de enero de 2019

DALE BRILLO A TUS HERIDAS


Que estamos en la era del despilfarro es a todas luces algo manifiesto y así el usar y tirar se ha convertido en una costumbre que pareciera gozar de siglos de existencia, como siglos de existencia tiene una técnica japonesa que viene a remediar y poner en solfa tal disparate monumental. Es el kintsugi, una apreciada técnica artesanal con el fin de reparar un cuenco de cerámica roto. Su propietario, Ashikaga Yoshimasa, muy apegado a ese objeto, indispensable para la ceremonia del té, lo mandó arreglar, y como suele suceder, aquí y allá, sin más, se limitaron a asegurarlo con unas burdas grapas. El señor feudal, que tenía algunas virtudes, recurrió a los artesanos de su país, que dieron finalmente con una solución atractiva y duradera. Aprovecharon las grietas para, rellenándolas con barniz espolvoreado de oro, convertir la vasija en un objeto nuevo. Las heridas primitivas no se disimulan sino que se exhiben sin pudor, y con un trato artesanal exquisito, adquieren así una nueva vida ganando en belleza y originalidad.
La técnica japonesa encierra una metáfora preciosa de contenidos tan dispares como excelentes. “La filosofía kintsugi plantea vivir más simple. Dándole un valor precioso a las imperfecciones tanto de los objetos como de la vida. Una segunda oportunidad”. Se trata de cuidar y darle brillo a las heridas.
En nuestras vidas existen verdaderas grietas, algunas muy profundas, no pocas sombras y hartos errores, sobre los que podemos estar llorando toda la vida y culpabilizándonos hasta el delirio o aprender de la técnica japonesa y curar las heridas de tal forma que sin negar el dolor y lo quebrado, todo el pasado quede tamizado por una exquisita rehabilitación y perfecta integración en un nuevo orden que nada tiene que ver con un pasado oscuro y hasta poco ejemplar. ¿Si un artesano es capaz con una vasija de barro, no vamos a serlo nosotros que valemos más que el barro aunque procedamos de él? Recuerda el “polvo serán, más polvo enamorado” de Quevedo.
Es saludable a la postre además de saber cicatrizar las heridas, con las técnicas prestadas o las que cada cual se invente, llevarlas con cierto orgullo, porque supimos atravesar tan malas rachas, y en el caso de haber cometido errores de bulto le viene bien al ego que tiene tendencia a subirse per las paredes, venirse arriba y sacar pecho con demasiada facilidad y rapidez. Siempre acudo en estas, al verso sin igual de Blas de Otero: “ángel con grandes alas de cadena”. Se refería al hombre, el ser humano.
Y además es que no hay otra: “Frente a las adversidades y errores, hay que saber recuperarse y sobrellevar las cicatrices”, y nada de camuflar la realidad, sino salir del atolladero, y saber convertir cada cicatriz en algo digno y hasta valioso. Ya sabes que hasta el pasado puede ser transformado y lo roto transformarse con la técnica del kintsugi en algo nuevo, original y bello.
Ya cité en su día a Juan Marsé esta frase en boca de uno de sus personajes: “Arrepentirse de algo es modificar el pasado”. La subrayé entonces y vuelvo a subrayarla de nuevo, y si además de arrepentirnos hacemos del ser roto en mil pedazos que somos un ser rehecho y nuevo estamos constantemente modificando el ayer y hasta el mañana. Milagros de una buena restauración y recuperación a nuestro alcance que vale para uno mismo y para la sociedad en general herida y maltrecha tantas veces.

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