lunes, 19 de noviembre de 2018

VIEJA FUMANDO


Otra vieja magnífica para mi colección de mujeres extraordinarias. Yo sé lo que es fumar y de su placer aunque, después de estar tonteando durante más de veinte años, que lo dejo y no lo dejo y vuelta al vicio y su adicción, me despedí definitivamente..., por ahora, que nunca se puede decir: “san se acabó”. Lo que me permite mirar a esta vieja con simpatía y complacencia, con enorme respeto, faltaría más, y una consideración debida. Acaba de liar el cigarrillo y cerrar la petaca, como hacían mi padre, mi abuelo y mi tío Darío, en sus muchos compases de espera de unos trabajos de sol a sol y, a veces, de luna a luna, como ella, porque la vara no es su bastón, más bien, es la vara de arrear las vacas o la yunta de bueyes que están ahí mismo, a la vuelta. Tiene sus años y sigue con el mismo salero que de joven para el trabajo y para fumarse un cigarro de picadura selecta, o no tanto, depende de la cosecha.
Me da dolor que esté sola, y que no pueda hablar con nadie, que no nos pueda contar desde el principio hasta el momento su larguísima y rica historia, su simple biografía que no envidiaría ni siquiera a la de Fermina Daza de tener un García Márquez al lado para narrar y describir hasta sus suspiros. Estoy con Graham Greene cuando dice que la frase acuñada: “Todo el mundo tiene un libro dentro”, es engañosa, es totalmente falsa, más bien habría que sostener que todo el mundo tiene el material de múltiples libros en sus recuerdos”, que no es lo mismo. No será un monumento literario, acaso ni falta que hace, o sí, pero sí es a todas luces un monumento de fortaleza y humanismo, ahí donde se junta, con todo derecho, a todas las mujeres que desde su invisibilidad han enderezado el mundo cuantas veces se ha ido al carajo y hecho mil pedazos. ¿Quién se atreverá a reírse de ella, llamarla vieja y afearla que ha caído en el feo vicio de fumar cuando le viene en gana? ¿Qué memo -siempre los hay- sería capaz de reírse con el colmillo retorcido y zafio cuando de joven y más que joven le gustaba enseñar un poquito el canalillo de su pecho enhiesto algunos domingos y fiestas de guardar?
Tiene una pena honda, porque siempre que lo hace se acuerda de su Timoteo, con el que vivió, sufrió y gozó durante cuarenta y muchos años y se sentaban ahí mismo, mientras las vacas pacían, donde la enseñó a liar el cigarro… ¡Cómo no se va a acordar, si la petaca es la que le regaló ella misma un 6 de enero de 1955!
Pero dejémosla en paz, en silencio, a punto de oler y saborear el profundo olor y sabor del tabaco y de la vida que corre hacia su final. Y que siga disfrutando de ese momento eterno. Ya vendrán otros peores... y mejores incluso, “recoña”, como diría ella.

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