sábado, 17 de noviembre de 2018

NO, NO SON DE ESTE MUNDO


Con todos los respetos, mis queridas señorías y eminentísimos y purpurados cardenales, permítanme que les diga, contemplando, sin ánimo torcido y retorcido, esos atuendos, que no son de este mundo, ¿cómo ir de copas, a dar un paseo en bici, subirse al mismo metro o autobús, ir de mañana por el pan y el periódico, plancharse las camisas, metidos en esos altos oropeles tan estrambóticos como carcelarios? Ahora ya entiendo por qué tantas veces me ponen de mal humor cuando desde mi más elemental, pero racional sentido común, descubro que me hallo a años luz de algunas de sus sentencias y muchos de sus sermones y tratados teológicos sobre las altas esferas y el más allá. ¿O seré yo el que me he desviado del camino de ser normal en este mundo tan normal y tan desastrosamente anormal? En este caso, el de sus señorías y eminencias reverendísimas, ya con este lenguaje con el que se relamen, se puede esperar cualquier cosa, está claro que habitando en palacios, lejos del mundanal ruido, no se oyen las quejas de las víctimas de pederastia de algunos de sus colegas, por poner un solo ejemplo, y viviendo donde sus señorías quieran vivir, y viven, me parece que es difícil escuchar el clamor de la calle, la cárcel, el barrio apestado de chabolas en donde la justicia clama al cielo.
“Hay menores que desean el abuso e incluso te provocan”. En serio: ¿El reverendísimo obispo español que se expresa así es de este mundo? ¿Le habrán provocado a él? Tú, ¿qué crees? ¿El juez que se mofa y llama "bicho" e "hija puta" a una víctima de violencia machista es de este planeta? Es de recibo que el cardenal mexicano Sergio Obeso Rivera señale de esta manera, tan zafia como grosera, que quienes acusan a sacerdotes de pederastas deberían sentir "tantita pena porque también tienen una cola muy larga que les pisen". ¿Qué habrá querido decir? ¿De qué tamaño son su sensibilidad, sus buenos modales y su bien hablar?
Aceptando que el hábito no hace al monje, como siempre se nos dijo, anoto la otra versión más actual, y quizá más certera, la que dice que el hábito hace al monje, siguiendo a la investigadora Karen Pine, que cité recientemente, quien asegura que la ropa que llevamos cambia nuestra manera de pensar y de percibirnos a nosotros mismos. ¿No crees que con esas indumentarias ancestrales, propias de siglos lejanos -¿medievales?, ¿del barroco más cargante y recargado?- son un fuerte impedimento para codearse con el hombre medio de este tiempo y el ciudadano de a pie de este siglo, con quienes todo hijo de vecino, por muy elevado que esté en la escala social, debe vivir, convivir, debatir, compartir mesa, mantel y asiento, e igual en el tren, metro y autobús al uso?
No, no son de este mundo. Y habría que decirles, con todos los respetos: Arrojen, por favor, esa vestimenta a la hoguera y vistan como Dios manda, con el recto sentir y saber del hombre de la calle y verán como su pensamiento se va colocando en su sitio, en este mundo. Y así no haría esas declaraciones vergonzosas el Secretario General de la Conferencia Episcopal culpabilizando a toda la sociedad de la pederastia de curas y obispos. ¡Por favor!

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