lunes, 12 de noviembre de 2018

PARAR, ESCUCHAR, MIRAR


El escritor Julio Llamazares comenzaba uno de sus estupendos artículos del pasado verano, sobre las señales en piedra en las vías férreas de Portugal, que avisan de los peligros al pasarlas, con esta clara y jugosa advertencia: “Pare, escuche, mire” (Pure, escute, olhe). Me parece oportuno, después de haber leído la columna de Llamazares, dejarnos llevar por la fuerza de esos tres verbos tan elocuentes más que como un consejo para la felicidad, como expresa el escritor, como lema de vida. Tú hazlo, si te place, también a tu aire. Como me son muy queridos estos verbos y aunque ya he reflexionado más una vez, vuelvo sobre ellos como si se tratara del agua de un manantial intermitente. Podrían ser los tres mandamientos de un buen viajero y asimismo para el viaje de la vida:
PARAR, y no correr más de la cuenta, a piñón fijo y velocidad extrema, porque importa tanto, como llegar, detenerse en cada estación, en cada ciudad y disfrutar con cada paisaje, pues ya sabemos de siempre, porque siempre se ha dicho, que la vida no es sino un breve o largo viaje, al final siempre breve, dando tiempo a escuchar y a contemplar cuanto se pone ante nuestros ojos, para degustarlo todo y disfrutar de todo lo que va entrando y penetrando por nuestros sentidos. Pero ay, tenemos tanta prisa en llegar que no nos da tiempo a saborearlo todo, enriqueciéndonos con lo mejor de cada lugar, posada, estación, momentos inolvidables para el recuerdo, lugares desconocidos y descubiertos con gran satisfacción. Te recuerdo de pasada dos versos del genial poema de Kavafis, que siempre cito: “... no tengas la menor prisa en tu viaje. / Es mejor que dure muchos años”.
ESCUCHAR, el ruido de la calle, el silencio sonoro y elocuente de las cosas a poco que se ponga el oído bien atento, ya sabes que hasta las piedras, los cantos rodados, hablan; a los otros, para saber de qué pie que cojean, también, pero sobre todo para conocer el fondo mejor de sus biografías, dejándoles que se expresen a gusto, se den cuenta de que nos importan, por la escucha activa que les regalamos e invitándolos de paso a acercarse a nuestras vidas. Escuchar a José Luis Gutiérrez, maestro del saxofón, mago y poeta, en las Veladas de Jazz de Boecillo, fue un disfrute difícil de olvidar. Esta mañana, en la radio, un musicólogo decía que es imposible darse de tortas en un concierto, pues claro, una plaza llena, hipnotizada con el sonido del saxo, el bajo y la batería, solo rota unos instantes la magia por el revuelo de unos críos, ¡ay, los padres de los niños!
MIRAR, no solo ver de pasada y a la ligera, sino mirar detenidamente y mucho mejor contemplar con delectación, sin prisas ni agobios, que es cuando la mirada se hace más sabia y el fondo de las cosas mucho más elocuente, seleccionando las imágenes que más nos digan para poder quedarnos a solas con ellas en los rincones de nuestra memoria.
Sin parar, sin escuchar y sin mirar es muy peligroso atravesar las vías del tren, porque te la juegas, como recorrer las vías de la vida, sin parar, sin escuchar y sin mirar, no sé si peligroso, pero sí sé que es perder miserablemente lo mejor de la experiencia vital si no conjugamos esos tres verbos con corrección, dedicación escrupulosa, atentos a cada paso y con sumo cuidado para no atolondrarse con las prisas, los ruidos que tanto abundan y las imágenes a millones que la actualidad en exceso nos pone delante, nadie sabe si para aturdirnos y prestar atención al mejor postor, que no lo es ni de lejos. “Es el mercado” que decía el otro. No cito a los otros sentidos, tan necesarios igualmente, porque se trataba de girar en torno a la advertencia de los letreros de las vías de tren. Llamazares hizo su viaje, yo he intentado recorrer el mío, te animo a que tú reinventes el tuyo. Siempre utilizando esos tres verbos portugueses de tan hondo significado.

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