martes, 21 de agosto de 2018

LA UTOPÍA Y LA DISTOPÍA


Leyendo, entre líneas y boli en mano, el primer capítulo, a modo de prólogo, de Manuel Rivas, de su libro “Contra todo esto”. El comienzo con cuatro citas, con las que comienza, son impagables. ¿Cómo no querer devorar el libro con esos arranques? Quien es tan buen cazador no te puede fallar. El comienzo del libro es ya deslumbrante. Te anima a abrir el libro para que este te abra, como dirá más adelante, de pasada, el autor.
Y ya, a mi aire, por la calle de en medio, tiro adelante sin parar, antes de seguir leyendo:
La utopía, se nos dijo, está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.
La distopía, mal lugar, y por malo, indeseable, es el muro de Berlín que separa y rompe todo vínculo de buena vecindad, la ciudadanía de la ciudad bien avenida. No tenía horizonte alguno.
La utopía no levanta muros, abre caminos, veredas, amplias avenidas y largas carreteras y autopistas. Invita a caminar.
La distopía levanta las vallas de Ceuta y Melilla para separar, herir de muerte y miseria a los sin futuro: el colmo de los colmos.
La utopía lanza al mar barcos de salvamento en nombre de la solidaridad y así el Aquarius salva a 629 inmigrantes.
La distopía es el triunfo de la esclavitud, la inquisición, la quema de brujas, la sumisión y los bueyes mudos.
La utopía va del yo al nosotros y del nosotros a salvar lo mejor de todos y de cada uno.
La distopía es el camino que conduce a la sociedad del despilfarro y la corrupción y a una sociedad que ha perdido la vergüenza, que es el comienzo de un mundo de destrozos.
La utopía es poner en marcha, en un lugar de cuyo nombre no quiero acordarme, cientos de escuelas musicales para niños y jóvenes desarrapados y convertirlos en instrumentistas de grandes y espléndidas orquestas. Por ellas han pasado más de 150.000 jóvenes. Uno de ellos es en la actualidad uno de los más famosos directores de orquesta. El proyecto sigue en marcha.
La distopía engendra obras faraónicas con un presupuesto inicial de 109 millones de euros y a los pocos años, sin terminar, se paralizan las obras. Se habían gastado 300 millones de euros. Lugar: Santiago de Compostela.
La utopía también es dar marcha atrás y restaurar el Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago y dejarlo, por obra y arte de los restauradores, como salió de fábrica, allá por el siglo XII. Todo un milagro.
La distopía es quemar montes, llevar fuego a la Antártida y llenar de plástico y cadáveres los mares.
La distopía es asesinar a tiros, en Honduras, para más señas, a Berta Cáceres, ecologista y feminista. Tenía 42 años y era madre de dos hijos y dos hijas.
La utopía es que el testimonio de Berta ha servido para que la gente de su pueblo siga luchando por un país mejor.
La utopía tiene algo que ver con esta greguería de Ramón Gómez de la Serna: “ Si vais a la felicidad llevad sombrero”.
La distopía va bien con este microrrelato de Max Aub: “Lo maté porque era de Vinaroz”.
La distopía es del mundo de la Gürtel, la Púnica, Palma Arena, Noos, Ere, Preferentes, Tarjetas Black, Caso Lezo, Operación Enredadera, Rato, los Puyol...
La utopía está en el lado de la buena gente, que ríe, ama, saluda y da las gracias, y no se dejaría sobornar ni por un céntimo, ni por un bolso de Louis Vuitton, ni por un maletín con muchos miles de euros. Por nada. Está claro, ¿no?, por nada.

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