sábado, 7 de julio de 2018

HAY QUE APRENDER


Hay que aprender como esa niña, que cuando la tratan mal, se enfurruña toda por un momento y, sin pensarlo, se va y se pone a jugar y a quererse. Si no, vamos de cráneo.
Hay que aprender, cuando la vida viene endemoniada, a sacar todos los ángeles, y uno más, que llevamos todos muy dentro y dejar que se expansionen y dominen el territorio. Si no te apetece llamarles ángeles, llámalos por su verdadero nombre: coraje, honestidad, pasión, simpatía, empatía, ardor, que no tiene por qué ser guerrero, entusiasmo, curiosidad, fe en los otros y en uno mismo, esperanza en los caminos que se abren ante los ojos, solidaridad que no es sino “soldarse” con el otro para que salga del bache en el que se halla metido de tan mala manera.
Hay que aprender cuando se tienen cinco, treinta y tres, cincuenta y dos y noventa y más, ¿quién dijo basta con la que está cayendo y con lo que nos falta por conocer y saber saboreando?
Hay que aprender de esa niña: su frescura, su saber darle la vuelta a la tortilla en menos que canta un gallo, y de ese anciano que con solo mirar a las cosas nos está enseñando a mirarlas y no pasar olímpicamente de ellas como si fueran mudas, que no lo son. Me gusta decir en los talleres de escritura creativa que si un canto rodado no nos dice nada, no es culpa suya, sino nuestra: ¿Su origen? ¿Cuál será su final? Si le das calor él te lo devuelve. Si lo guardas y lo tienes una temporada a la vista ha dejado de perderse en el anonimato. Es uno contigo. Seres con la misma suerte, amigos y compañeros.
Hay que estar constantemente aprendiendo a tratar bien a los otros, los que somos del interior, quizá pequemos en exceso de secos, austeros y demasiado encerrados en nosotros mismos. Menos mal que envidiamos a los que saben ser espléndidos anfitriones, tener muchos detalles con todos, ser abiertos como estos cielos y estos paisajes nuestros, y a tratarnos estupendamente bien a nosotros mismos: queriéndonos, mimándonos, sin olvidar que nos alegra la vida el tener con frecuencia detalles dirigidos a nosotros.
Hay que aprender a bailar con el más guapo mozo del lugar para que te alegre la noche y aprender a hacerlo con el más feo para alegrarle la vida.
Hay que aprender a sacarle a la vida el máximo partido que ya se vale ella para acortarla y ponerle fin cuando menos te lo esperas.
Hay que aprender a dar las gracias cuando te tratan bien, y cuando te tratan mal, ya lo sabes: imitar a la niña de la cesta, tratarse bien y tomar las de Villadiego. Y si de maltrato se trata, te lo diré con la periodista Luz Sánchez Mellado: “Huye. Quien te ama no te esclaviza. Sal antes de oír la primera vez que eres patética, patosa, una puta inútil. Corre. Déjalo. Ya. Ahora”. Pues eso.

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