sábado, 23 de junio de 2018

NO TODOS SE ANIMAN A VOLAR...


Escribir tiene algún mérito, no cabe la menor duda, pero que está al alcance de todos, está más claro que el agua clara, lo que pasa es que hay que ponerse manos a la obra, sabiendo y reconociendo que en todos nosotros se esconde un escritor o escribidor o alumno aventajado de todos los Cervantes que en el mundo han sido. Llámalo como quieras. ¿Recomendaciones? Las mínimas: leer mucho, tener los sentidos muy abiertos y el alma tensa, en vilo, suelo decir, ir por la vida de trapero no desechando prácticamente nada, porque todo puede ser de gran valor, en manos más o menos expertas: el vuelo de un gorrión, las hojas del otoño por el suelo, una frase que lees y sin querer hace un hueco en alguno de tus rincones para cobijarse, un grito lejano o las palabras amenazantes y destempladas del vecino de abajo a su mujer, una fotografía que se sale del marco, la secuencia de una película que ha tocado alguna cuerda de tus adentros, la letra de una canción con la que te has levantado tarareando..., te detienes, haces silencio a tu alrededor y dentro de ti mismo y tiras del hilo con mucho tiento, con cierto mimo, la haces tuya y comienzas la tarea de levantar con los primeros materiales que te llegan desde su potencia generadora, su fluir, y sin mucho esfuerzo comienzan a aflorar las primeras frases; después no hay más que, sin prisas y sin apenas pausas, continuar desenredando la madeja que ha hecho cuerpo dentro de cada cual, y si somos un grupo el que está trabajando en lo mismo nos daremos cuenta enseguida de que cada uno ha escogido sus vericuetos particulares y su lectura muy diferente y peculiar de las cosas y la vida. Ni mejor ni peor, sencillamente distinta. Y corregir, tachar y pulir. Y pulir y tachar y corregir. No hay otra. Nada como un ejemplo al vuelo:
Esta mañana me he tropezado con una perla, una de tantas con las que nos tiene acostumbrados cada mañana el buen amigo José Antonio Fernández Trejo, poeta y cronista de Valoria la Buena, que no podía desechar. ¡A la mochila del trapero que llevo dentro! Esta es la perla: “No todos se animan a volar cuando la jaula se abre”. Porque hay que tener coraje, romper con todos los miedos que nos han metido muy dentro, lanzarse al vuelo del riego y la aventura, pues nunca se sabe lo que habrá detrás de todo ello. Y necesitamos, tanto como el aire que entra en los pulmones, dar el primer paso, abrirse y escudriñar lo que hay fuera de uno mismo, fuera de todas jaulas que nos han prefabricado, todas las seguridades que merman nuestras posibilidades, y el deleite de saborear la fuerza de la libertad, la satisfacción de lo hecho por uno mismo salvando todos los obstáculos y peligros que siempre acechan cuando uno intenta elaborar su propia biografía y rehacer todos los caminos que llevan a tantas partes. Otra lectura, claro está, sería detenerse en indagar las causas de por qué, abierta la puerta de la jaula, no todos se animan a volar. “El miedo a la libertad” del que habló Erich Fromm con la lucidez que le caracterizaba.
... Si no nos obligaran a salir, nunca saldríamos. Se estaba tan bien nadando en el vientre de la madre, en tan cálida jaula, que había que ser muy insensato para lanzarse a un mundo áspero, inhóspito y frío. No había más remedio que romper a llorar y soltar el primer berrido sin posible consuelo. Y no había más solución que apechugar, dejar el llanto y acallarlo con la leche tibia del pecho de la mejor madre. Todo lo que viene después está ligado al libre vuelo de cada cual, ya fuera de la jaula, habiendo cortado felizmente el cordón umbilical.
Nota no tan al margen: ¡Qué dolor, las jaulas de Donald Trump, por su crueldad, y qué horror!
Ah, la imagen de la cigüeña está cogida al vuelo por la cámara magistral de mi otro buen amigo, Enrique Salas.

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