martes, 19 de junio de 2018

¿ASUSTARSE DE LOS CAMBIOS?


“Quita, quita. Qué rueda ni qué rueda. Siempre hemos cargado con las piedras en la espalda y así debe ser”. Así comienza Ricardo de Querol un interesante artículo sobre la resistencia a los cambios desde el inicio de los tiempos que quiero pergeñar a mi modo siguiendo su hermosa idea.
Comenzaré el periplo antes de la rueda, porque seguro que muchos, acaso una inmensa mayoría, cuando algunos homínidos bajaron de los árboles y se pusieron a andar a dos patas, las risas, si es que ya reían, o los aullidos, se oirían a kilómetros de distancia y los aspavientos: “a dónde querrán llegar, esas jirafas, que es lo que parecen y por qué no andar como siempre anduvieron nuestros padres y nuestros abuelos”, serían los comentarios de las comadres desde los árboles y cuevas de enfrente.
Pero cuando se inicia el camino de la evolución y del cambio esto ya es imparable, y vendría la risa y la palabra y tras el descubrimiento del fuego, cocinar las primeras carnes, y escuchar los mismos rumores, las idénticas panoplias y murmuraciones nada lisonjeras.
Y no digamos cuando al primer agricultor y ganadero se le ocurre preparar un trozo de terruño y esconder algunas semillas o intentar domesticar a los primeros animales casi de la misma especie, hermanos de leche y sangre.
Siga el paciente y avispado lector la corriente del gran río que nos trae y nos lleva, paso a paso, para encontrarnos con la dinámica doble de quienes inventan, cambian, transforman, diseñan nuevas formas, diferentes maneras de enfrentarse a los avatares de los días y los tiempos. Desde la invención de la rueda a la salazón del pescado, los primeros huevos fritos a las primeras pinturas en las cuevas y la escritura y las primeras nanas a los niños para que se durmieran mejor y los acueductos y la imprenta y la luz eléctrica y el poder volar alto y más alto por encima de las nubes y las autopistas del cielo y los móviles, internet, las redes, la impresionante prolongación de la vida... y los mismos e inseparables comentarios de los más murmurando con cara encogida de a dónde vamos a llegar y de los orgullosos constructores de torres que pretenden conquistar el cielo y cómo todos los dioses, hartos, les reducirán a ceniza y polvo, por su soberbia diabólica. Sin olvidar la fuerza de las luces del siglo de la Ilustración que disiparía las tinieblas de la ignorancia, el fanatismo y las creencias a piñón fijo, aunque las sombras, ya se sabe, se resisten y llegan hasta nuestros días tres siglos después.
Y aquí estamos: Estrenando la nueva era que ya algunos llaman: “Homo movilis: la nueva era de la movilidad”, junto a la era virtual. Hasta aquí hemos llegado prosiguiendo el camino imparable del cambio, al lado de los que quieren seguir mirando hacia atrás, a la luz de los luceros y los de los principios inmutables como Dios manda, olvidando que es nuestro el gobierno de nuestras vidas y la construcción o devastación y destrucción del planeta y todo cuanto sabe a vida.
Termino con Ricardo de Querol con quien comencé estas reflexiones: “Transformamos nuestro mundo como venimos haciendo desde que unos homínidos empezaron a gruñir con cierto sentido...Vivimos un mundo fascinante”. Pues eso, deja ya de asustarte de las novedades, de quejarte de lo nuevo y de mirar hacia atrás con la nostalgia infinita de que cualquier tiempo pasado fue mejor, porque es mentira.

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