sábado, 16 de junio de 2018

MONDARSE DE LA RISA



Mondarse de la risa, haga bueno o haga malo, pero ¿qué es eso, parecen decirnos, “hacer bueno, hacer malo”? Es claro que tienen otros parámetros y no son los nuestros, porque salir a la calle con un paraguas, no mojarse o dejarse empapar, qué más da, ya es la repera montada en buen corcel o en una cometa volandera.
Han pillado un pequeño charco y eso ya es el no va más, la suma felicidad, igualito de cuando nosotros, los tan serios adultos bien adultos y responsables, cogemos un pequeñísimo resfriado y hacemos un drama, y no digamos cuando nos cambian un triste detalle a nuestras sacrosantas tradiciones, que para eso son sacrosantas, para que ni Dios las toque, ¡faltaría más! Un pequeño charco, una ridícula tradición, un pequeño viraje se convierten en demonios familiares, nuestros dramas y nuestros grandes reveses. ¡Qué tíos!
El niño del paraguas podría ir por la acera, que iría mejor, ¿iría mejor? y sin embargo ha decidido marchar por el medio de la calle, que es suya, toda suya, en ese momento, porque ni la quiere, ni diría nunca que es suya, que sabe desde que nació que es de todos y del que la pasa en ese instante, nada más y nada menos. Y eso le basta, y por eso se ríe, porque es el rey, que manda sobre todo su pequeño-infinitesimal-inmenso reino, y porque no se moja y porque lleva los pies chorreando y porque el sonido de la risa le ha traído más sonoras carcajadas en cascada. Así de simple, así de complejo y así de sonoro. Y si deja de llover, lo más fácil es que el paraguas se convierta en un caballo precioso de carreras. Volverá a casa como quien no ha roto un plato, no ha roto un solo plato en verdad, y le dará un beso a su madre con el que se abre la tarde para que no anochezca nunca en su alma y la madre se los devuelve con creces a la vez que, mimosa, le dice, pero hijo, si vienes hecho un Cristo, y eso a él le gusta que le llamen con el nombre de quien dicen que era bueno, hacía milagros y bebía vino con los amigos en días de boda y fiesta.
No hace falta que hablen, ni nos suelten discursos para adormecernos, aburrirnos, domesticarnos, solo necesitan una mueca, una mirada, una linda y moronda sonrisa para deshacer entuertos, enmendar la plana, corregir lo pomposamente serio, echarle una cana divertida a la vida, un “si yo no he sido”, “si fue sin querer”, y dejar aflorar una simple lágrima... para que se ponga de rodillas el universo.
Ya ves, solo eso, pero eso sí: eso que es tan grande y tan lleno de ternura. Una de las más fantásticas lecciones de la vida, ¡y tan pequeños!


Nota no tan al margen: “Un niño, un perro y un charco”. Este vídeo que corre por las redes es de antología, dura poco más de un minuto y no te cansas de verlo:
https://youtu.be/BcKZlu-odG4

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