martes, 5 de junio de 2018

CUANDO LAS SILLAS HABLAN


Sienten frío y se sienten solas, silla y butaca, y han hablado a gritos desde su silencio elocuente e inquietante, y sienten la inutilidad de sus vidas, porque su razón de existir y ser es hacer corro, crear buen rollo y maneras y honda charla: me dices-te digo, me hablas-te contesto. Te respeto y te pido consideración.
Contempla la primera fotografía y verás, con enorme sorpresa, cómo las piernas de ambas se alejan en dirección opuesta para no encontrarse jamás y a la silla eso le duele como duelen las heridas no cerradas tiempo ha, y hace mucho tiempo que caminan en esa dirección por mucho peinado en orden y concierto y para nada discordante que luzcan. Los brazos bien asidos a su propio cuerpo, una, para no dar brazo a torcer, la dos, con las manos bien agarradas a sí mismas para evitar hasta el saludo con ellas buscando la paz y la armonía. Las miradas se alejan a la vez que el corazón se cierra y no hay ni eco que responda.
Como espectador activo y crítico, cómo no serlo, siento el dolor y la tristeza, la soledad y la amargura de esa silla que chirría y cruje por los cuatro costados, porque no entiende que entre humanos pueda llegarse a esa situación. Triste espectáculo triste, por mucho interés que muestre la una con la que tiene a su lado y larga sonrisa de la dos con la vecina que le ha tocado en suerte. Qué diferencia la compostura de esa otra gran señora, que habla con Pedro Sánchez, me enternece siempre y a quien tanto admiro: me transmite serenidad, aplomo, tolerancia, sabiduría y buen hacer, y no me digas que es pasión, que acaso.
Vamos con la butaca sola, pero no muda, casi-casi descangayada -hecha una porquería y venida a menos-, y no entiende lo que le está pasando, ni tampoco lo que sucede a su alrededor, y se pregunta como la “Mujer con alcuza” del poeta de la Generación del 27: Curvada como un signo de interrogación, con la espina dorsal arqueada sobre el suelo, y se pregunta ¿a dónde fue mi dueño, ¿qué recuerdos le cuelgan del cerebro? ¿Tanta es su amargura, tanto el apego al sillón, tanta la devastación porque lo que creía suyo para siempre puede que se esté desmoronando como azucarillo en leche hirviendo? Porque ¿dónde está quien debería estar el primero, bien sentado, y escuchando cuanto debe ser escuchado, es decir todo, porque todo le concierne y estaba relacionado con él, en la más importante de las despedidas por muy dolorosa que esta fuera. Lo había celebrado una semana antes y se le ha ido al carajo la fiesta de los presupuestos aprobados. Y en una semana la fiesta se ha vuelto funeral ¿Dónde, dónde, dónde, quien tan acostumbrado a no temblarle el pulso y en la mochila los dardos más afilados contra quien se le resistiera y se atreviera a pensar de forma diferente? ¿Qué ha podido hacer toda la tarde en el restaurante?, se preguntaba la silla abandonada.
Y estaba sola, / y ha mirado a su alrededor, / y estaba sola, / y ha echado la vista a los pasillos del hemiciclo, / de un salón a otro salón, / y estaba sola,... / y ha gritado en la oscuridad, / y estaba sola, / y ha preguntado en la oscuridad, / y estaba sola, / y no podía entender que su dueño / se hubiera largado a un restaurante cercano / para no volver más... Triste espectáculo triste, triste, triste.

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