sábado, 5 de mayo de 2018

YO CUENTO, LUEGO TÚ EXISTES


Desde que apareciera el famosísimo aserto de Descartes: “Pienso, luego existo”, han ido floreciendo aquí y allá otros no menos interesantes, como nuevos paradigmas: “Participo, luego existo”, de Mayor Zaragoza, mucho más completo, al darle a la existencia humana un sentido más totalizador y pleno; “Amo, luego existo”, de Manuel Cruz, Premio Espasa Ensayo 2010; “Me rebelo, luego existo”, de Camus, tan impactante; “Compro, luego soy”, del sociólogo Zygmunt Bauman; Pienso, luego trinco, del Forges, humorista, crítico y cronista; “Veo y escucho, luego existo”, algo así viene a decir Muñoz Molina en su última novela que acaba de publicar y en la que he estado enfrascado hace unos días; y ahora este de Margaret Atwood, en “El cuento de la criada”: “Al contarte algo, lo que sea, al menos estoy creyendo en ti, creyendo que estás allí, creyendo en tu existencia. Porque al contarte esta historia logro que existas”, para terminar categóricamente: “Yo cuento, luego tu existes”.
Y aquí me detengo para, de tu mano y la mía, caminar y cavilar por donde quieran llevarnos los buenos aires.
Bien es verdad que a quien primero van dirigidas las palabras de todo escrito es a uno mismo, el primer lector que lee, repasa, corrige, pule y le da la última vuelta antes de salir del horno, hasta tal punto de que, aunque no hubiera más lectores, ya habría merecido la pena escribir. Pero habrá que añadir enseguida que cuando escribimos, de una o de otra forma, tenemos presentes a quienes puedan y suelen leernos, y así afinamos más, pulimos algunos adjetivos, que diríamos sin ningún problema en la barra del bar o cuando a solas estamos divagando. Creemos en el lector, en su existencia, nos adelantamos a lo que podrán pensar y decir libremente, le hacemos presente al menos entre líneas, y mientras escribo y cuento, me doy cuenta de que existo, vivo, palpita mi existencia en la yemas de los dedos, el sonido sobre el teclado me llega a los oídos, atentos al ritmo de la frase, la mente se detiene al final de cada palabra y de cada párrafo y enlaza rápidamente con lo siguiente, porque una vez que te pones ya manda sobre ti el poema o el escrito en el que estás trabajando.
“Somos cuentos, contando cuentos”, somos historias, escribiendo historias, somos pensamiento, pensando en ellos y sobre ellos escribiendo, pero mucho más que eso: cuento, luego existo, y mucho más todavía: cuento, luego existes, porque lo hago para ti, porque creo en ti, porque estás delante de mí cuando hilvano, remiendo y pongo en fila india letras y palabras y al leerme deja el escrito de ser mío para convertirse en algo tuyo y ya puedes seguir la fila de las palabras o cambiarlas de lugar y hasta con otro punto de vista, a tu gusto, que así es el mar y la inmensidad del lenguaje y del pensamiento. ¡Cuán pobre y raquítica sería, sobre las aguas inmensas, una sola mirada, una única lectura!
Sí, sí: Somos una historia viva. Cuento, luego existo. Y mucho más: Yo cuento, luego tú existes.
Y no olvidemos en estos días la hermosa y valiente frase de muchas mujeres heridas y airadas, que han decidido hablar y contar sus negras historias perpetradas por hombres que dejaron su dignidad en la basura: “Cuéntalo”. Enhorabuena, hermanas.

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