domingo, 8 de abril de 2018

LA FUNCIÓN DEL ARTE


Es de una enorme belleza, pero es más, mucho más que eso, es un grito de libertad, una defensa sin ataduras y una apuesta con valentía por que la mujer sea la dueña de su mente, su rostro, su cuerpo también al desnudo o semidesnudo y vestido de la manera que le plazca.
¿Cómo tener ante esta imagen un solo pensamiento retorcido, lascivo, pornográfico y enfermo a la postre, si destila por todos los poros ternura, perfección, armonía en medio de la desarmonía, en ese contraste tan potente e inquietante entre el rostro tapado y un pecho al descubierto? ¿Por qué escandalizarse con algo tan limpio? ¿No será que tu mirada, si es el caso, es poco limpia? Te recuerdo el pensamiento de otro artículo anterior: Si tus ojos te escandalizan no mires, y no ensucies lo que no sabes ver, es tu sucia forma de mirarlo todo. Insisto hoy también, antes de mirar, háztelo mirar.
Esa es la función del arte, descubrir lo que está oculto, sugerir mil lecturas posibles, contagiarnos con su belleza, a veces angustiosa, otras calmada como un dulce atardecer a orillas del mar o ante el cielo de Castilla, sacudirnos por dentro y por fuera, tocar las fibras más sutiles de la conciencia, lanzarnos a poner orden, concierto y decencia en un mundo en desorden, hipócrita e injusto.
¿Cómo seguir impávidos ante países que obligan a llevar el burka a sus mujeres, no poder salir de casa sin el consentimiento del marido, no permitir ir al colegio a niñas y adolescentes a estudiar..., y por nuestros lares, tener que soportar que las mujeres tengan que salir con el miedo en el cuerpo al cruzar la noche por descampados, calles céntricas o portales oscuros y si van vestidas a su aire y a su gusto sostener que nos provocan y piden guerra?
La foto no tiene desperdicio por su fuerza, por lo que habla y manifiesta, por lo que grita desde el silencio más absoluto, que es más grito, por toda su hermosura, que es mucha, por lo que nos interpela, por lo que nos está trasmitiendo a medida de verla sin prisas, mirarla con detenimiento hasta dejarla hablar y contemplarla hasta que haga nido en nuestro cerebro.

Nota no tan al margen: La imagen es de la fotógrafa del Kurdistan iraquí, Niga Salam, tiene 20 años y lleva cuatro recorriendo las calles en busca de historias de acoso hacia las mujeres y hacia el colectivo LGBT. Y se la está jugando con lo que dice y lo que muestra con su cámara: “El acoso, los abusos y las violaciones está a la orden del día, además de los matrimonios entre hombres adultos con menores. No tengo miedo a las consecuencias. Por ser feministas se nos tacha de putas. Alguien tiene que cambiar esto”, ha dicho. Tanto ella como el artista Azar Othman, igualmente iraquí, han estado en Bilbao recientemente desarrollando su trabajo lejos de su país en donde sería imposible mostrar lo que hacen. ¡Qué pena, y qué tragedia, a la vez! Pero su lección al mundo es ejemplar e imparable. Gracias Niga, gracias, Azar.

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