martes, 24 de abril de 2018

AUTORRETRATO SIN MÍ


Mi impaciencia este año se ha adelantado, porque en cuanto llegan abril y mayo y se acerca el final de curso para mis talleres de escritura creativa, comienzo a divagar sobre el próximo programa, su estructura total y las técnicas y tareas a desarrollar y a perfilar por dónde van a ir todas y cada una de las sesiones. Nunca quiero que me pille el toro. Pues bien, como digo, este año se ha precipitado mi forma de operar un tanto impaciente, al leer en dos medias tardes el libro brevísimo de Fernando Aramburu, Autorretrato sin mí, del que uno se enamora como ya nos sucediera a tantos y tantos con Patria, que va por la 27ª edición.
Y me he adelantado, pues de los 60 breves capítulos he escogido, nada fácil, 28, ya que valdrían todos para trabajar con ellos en los talleres del próximo curso. Haremos que cada capítulo nos logre emocionar, nos abra en canal, no creo que sea difícil, y en paralelo escribir guiados por la inspiración hacia donde nos lleven los buenos aires, en este caso los vientos y la fuerza de la prosa poética de este autor vasco, afincado, desde su juventud, en Alemania. Que alternaré, alternaremos, con algunos de los grandes temas de la literatura.
El libro es, todo él, una pequeña joya literaria llena de humanidad, buen humor, sensibilidad, compasión, emoción controlada al huir de la anécdota fácil y la pura retórica, elaborado por una prosa poética de largo alcance que te obliga a detenerte para saborear los muchos hallazgos literarios, las no pocas sugerencias y mucho derroche de honda memoria sobre el reducido escenario de uno mismo y su entorno.
Lo que Aramburu dice de la poesía en general se podría decir de su prosa: “Una prosa que acierta a fluir con maestría... Unos versos finos como hilos de cristal que pronuncio con cuidado, en voz baja, para que no se rompan”, hablando de las lecturas con las que despide los días.
No ha cumplido todavía los sesenta y me pareciera que anduviese por los ochenta, lo que me ha sorprendido, lo cual no obsta para que siga siendo tenaz con su obra y con su vivir en el mundo que le ha tocado. “No obstante, saberme perecedero, no hay día en que no reanude la tarea con la obstinación gozosa del niño qe escarbaba feliz, feliz de ser feliz, de levantar un montón alegre con su pala”, lo que me lleva a recordar la famosa anécdota en la vida de Sócrates, cuando se puso a aprender a tocar la lira sabiendo que muy en breve estaba condenado a beber la cicuta: “¿Para qué te sirve, Sócrates, aprender a tocar la lira si vas a morir?, le decían. Para tocar la lira antes de morir, respondió el maestro”.
Elegante y generosa es su manera de entender la vida: “Así como, al nacer nosotros, encontramos la música de Mozart, las fachadas de Manhattan o la poesía insondable de Vallejo junto a las dádivas de la naturaleza generosa, es elegante, es honrado y es de agradecidos esforzarse por añadir, antes de la hora postrera, algo valioso al mundo, grande o pequeño”. Y capítulos de antología, por decir algunos, porque podrían ser todos, los dedicados a su padre y a su madre, a Isabel su hija -“Un golpe brutal... Te lo debo a ti, Isabel, a cuyo lado, sin que te dieras cuenta, aprendí la compasión, aprendí poco a poco a humanizarme”, a su mujer “La Guapa” -“no hay dolor que le duela sin que a mí me duela, ni hay risa en sus labios que no me doble de alegría- al niño que fue y sigue siendo, al perro, a la primera bofetada, a sus manos...
¡Qué menos que leerlo dos, tres o más veces! Yo te aseguro que lo haré, y el lápiz en la mano.

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