miércoles, 28 de marzo de 2018

EL HOMBRE UN SER PARA LA VIDA


Hoy me apetece filosofar, en su acepción coloquial, que viene a significar eso tan excelente como darle vueltas a las cosas, pensar de forma ordenada y con rigor, y para ello lo haré de la mano de dos grandes filósofos, bajo su sombra o desde su luz, la que rechazo abiertamente de uno de ellos y hago mía la del otro, que esto es filosofar también. Te invito a darle vuelta al asunto:
“El hombre es un ser para la muerte”, dijo Heidegger, a lo que contesta Emilio Lledó: “Pienso, sin embargo, con todo el respeto para el filósofo de Friburgo, que el ser humano no es, en absoluto, un “ser para la muerte”, sino un “un ser para la vida”. Ese, digamos, regodeo en la mortalidad es una actitud enfermiza y sectaria que nos va llenando de oscuridad y fantasmas la existencia”.
Ya lo he dicho y lo repito, con todos los respetos al filósofo alemán, pero sigo en esto al maestro más cercano a nosotros, a nuestra mentalidad y a mi manera de ver la vida y la muerte y de enfrentarme a ellas.
¿Nos atrevemos a contradecir al inmenso poeta medieval, Jorge Manrique, con todos los respetos y uno más, quien, escribiendo desde su tiempo, entiende que los ríos van a dar a la mar que es el morir, con otra imagen más potente y optimista? Porque las aguas no mueren en el mar ya que este es la cuna en donde nació la vida y desde entonces las aguas que le llegan las devuelve en un círculo perfecto de ida y vuelta. Sin la evaporación que asciende de los mares no nacerían los ríos que van al mar que es el continuo nacer.
Hemos nacido para vivir y lo que importa, como la flor que nace un día y desaparece muy pronto del jardín, es ese instante, pues la vida es tan breve que pudiera resumirse perfectamente en un instante, la ráfaga y el fulgor del relámpago, y hemos nacido para vivir ese fascinante momento, tras el cual vamos dando paso a que otros y otros y otros repitan esa similar e intransferible, a la vez, emoción única.
Frente al “claro que moriré y me llevarán / en huesos y cenizas, que escribiera Juan Gelman, yo, estando de acuerdo, proclamo, a la vez, algo muy distinto:
Claro que viviré más allá de la muerte, el polvo por los suelos y la nada más vacía, siempre que le ronde a tu memoria una lágrima furtiva, un recuerdo que se vuelve caricia y un pensamiento detenido muy dentro de ti.
Claro que viviré más allá de la nostalgia y toda desesperación, cuando aflore en tu álbum un suspiro que llame a la puerta sin saber por qué, sin preguntar de dónde, sin avergonzarte de todo lo recordado.
Viviré tras el bache mortal. Me fui alegre sabiendo que viviré en ti, y en ti, y en ti..., entre los libros, donde dormirán también los míos y los muchos cuadernos, casi olvidados entre el polvo, y en tus recuerdos, en tu memoria y en la memoria de los tuyos más allá de tu muerte, (es la cadena, ya lo sabes, y que nunca se rompe) y entre la luz y las sombras del cosmos. Te diré, con uno de mis pensadores preferidos, para enderezar mis torpes y deshilachados pensamientos: “Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida”. Spinoza
Muerte, ¿dónde tu victoria? Al final de la partida la vida termina ganando la apuesta porque el mar sigue y sigue generando vida. Muere cada una de las olas, pero el todo sigue.

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