miércoles, 14 de marzo de 2018

DEBAJO DE LOS ADOQUINES VEÍAN LA PLAYA


Qué poco necesita la belleza para expandir todo su esplendor, de la misma manera que se requiere bien poco para que aflore la luz y la sonrisa en el rostro de un niño. Y ahora mismo que acabo de venir de la Residencia de Personas Mayores me queda flotando el recuerdo fresco de lo poco que necesitan para que vibren con unas palabras cálidas, una canción de siempre cantada por la voz joven de un artista actual, el apretón de manos de saludo de bienvenida y un leve ejercicio de vocabulario para agitar y calentar la mente.
Qué poco necesitan unas flores para que se vistan con sus mejores galas, igual que el milagro que nace a la sombra de tu capacidad de hacer cosas maravillosas a poco que te pongan en tu camino no hollado por nadie surgiendo del pedregal más duro y el suelo desértico donde otro tiempo estuvo inundado de aguas cristalinas. Así es el proyecto que traes entre manos al que has dedicado tiempo y coraje, interés y lo mejor de ti mismo que pareciera brotar donde ya nadie apuesta, y te das cuenta de que no hay nada mejor que apostar porque un día podamos mirarnos cara a cara y sonreír, como cantara el poeta.
Y hablando de proyectos, impaciente como soy por naturaleza, dado que en un año finalizaré, Dios mediante, que se dice, la década de los 70, en la que he escrito alrededor de mil artículos -mis pequeños mil milagros- mi mayor deseo es, a lo largo de la próxima, los 80, madre mía, escribir, qué menos, otros mil, mucho más redondos, cuajados, luminosos, mejor escritos, y que sean tan bien recibidos por mis amigos lectores -más amigas, para hacer justicia- como los últimos, como mínimo, y como tú no vas a ser menos deberías ir dándole vueltas a algún proyecto que merezca la pena ser vivido y después contado para la década de tus 50, tus 70 o tus 90 y más. ¿No te parece?
No olvides que el milagro siempre está a la vuelta de la esquina: debajo de los adoquines en el mayo del 68 muchos jóvenes veían la playa -advierte cómo muchos de aquellos jóvenes son los jubilados que hoy llenan las calles manifestándose-, sigue el milagro de los que se mantienen en activo; en esa imagen del Pantano de Luna, un suponer, aflora con fuerza y belleza sin igual ese manojo de flores; en la mente más adormilada y oscura puede alumbrarse en algún momento un bello pensamiento y el deseo de una buena acción y del rostro más avinagrado puede brotar una carcajada contagiosa. Como esas personas que son pura debilidad tras haber cumplido los 80 y los 90 años y tienen la grandeza de continuar haciendo voluntariado allí donde se les necesita.
Es en lo pequeño y en los lugares más inhóspitos e insospechados en donde a veces brilla con gran fulgor lo más grande y lo más bello.

Nota no tan al margen: Cuando se serenen las aguas y los medios de comunicación abandonen el espectáculo y el morbo y algunos periodistas el mal hacer de sus plumas o sus teclas, subiré un artículo como homenaje a Patricia Ramírez, la madre de Gabriel, el niño asesinado. Esa mujer nos ha dado una inmensa lección.

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